Cuadro de Anselm Kiefer
Fotografías bellas fotografías sublimes. Cuadro de Anselm Kiefer
(c) Anselm Kiefer

En algún momento de esta desaforada carrera en pos de la notoriedad mediática que vivimos en el ámbito fotográfico, como en tantos otros, hemos cometido un error grave. Hemos permitido, consentido, incluso colaborado, en algo que afecta a la narrativa de nuestras imágenes de manera terrible. Hemos arrancado de la belleza, de lo bello, lo sublimeHemos firmado un pacto con el diablo para vaciar de contenido lo que hacemos. Para crear estructuras huecas. Bellezas uniformes, equiparables, reconocibles, etiquetables, comparables, lisas, pulidas… Vacías.

En el infierno de lo igual no hay verdad. No queramos hacernos comulgar, a nosotros mismos, con ruedas de molino. Ahí lo que domina es la percepción del “me gusta”. Pero “ver”, más allá de mirar, implica experimentar. Y esta apertura nos hace vulnerables. Nos hace susceptibles de ser heridos con el conocimiento. De hecho sin esa “herida” no hay verdad. No hay verdadera percepción.

Hemos dejado de interpretar el mundo con nuestras imágenes para limitarnos a mirarlo. Ya no nos interesa convertir una imagen en algo que transmita una idea a quien la mira. Ahora solo queremos captar su atención sin que el esfuerzo (y la desidia) de la comprensión, más allá de la superficie, le espante, que se quede con nuestro nombre, que vuelva a nuestra web, que nos comparta las imágenes en sus redes sociales, que algún “influencer” hable de la belleza de nuestro trabajo.

Y es algo que, seguro, estaréis pensando, y ¿porque no? Exacto, ¿porque no? ¿Qué hay de malo en esto? Nada realmente. Nada, si no aspiras a ser un creador, un fotógrafo. Algo más que el propietario habilidoso de una cámara de alta gama. Si eso es lo que quieres… Esto que acabo de decir, tan atractivo y, también, apetecible, es un fracaso del arte. Un fracaso al que contribuyes activamente.

Separar de lo bello lo sublime, como tan bien explica Byung-Chul Han en sus ensayos, dificulta nuestro proceso de entender el mundo. La legibilidad de este más allá de lo evidente (lo bello) está en lo sublime. Pero nos hemos domesticado a nosotros mismos hasta el punto de pretender una belleza que se limite a lo formal, que sea un lugar de reposo, que no genere ningún esfuerzo en el espectador. Y hemos extirpado lo que hacía sublime esa belleza. La profundidad a la que solía dar paso cuando mirabas “a través”. La turbación de la nieve sin huellas frente a nosotros, el vértigo de lo ignoto, el encantamiento atrayente de un abismo a un milímetro de nuestros pies, la herida por la que supura nuestra ignorancia inacabable, la pasión de la conquista que desata tormentas en el espíritu.

Y eso, como decía al principio, es una derrota en la narrativa de nuestras imágenes. Nos hemos dejado arrastrar. Hemos ido vaciando de contenido nuestras imágenes para no perder visibilidad. Para adaptarnos a una sociedad que huye de la negatividad y el desafío de lo convenido. Hemos dejado de sumar capas de información que añadían, cuanto más profundas eran, más oscuridad al mensaje incluido en la fotografía. Hemos ido renunciando a contar las historias que había más allá de la ventana. Nos hemos conformado con abrir la ventana.

Esto, digan lo que digan los que defienden este tipo de creación, no es un paso adelante. Es un retroceso, un gran retroceso. Un ejemplo: la piel sin textura de casi cualquier fotografía de moda. Es una imagen plana, lisa, pulida… sin la profundidad de conocimiento que nos daría, por ejemplo, una mirada detenida a las arrugas de la modelo. Sin embargo es una piel tersa, una superficie optimizada, sin ninguna resistencia al tacto (si fuera posible tocarla), sin la negatividad de lo rugoso. Un cuerpo, segun los estandares modernos, bello.

Y la estética de lo terso no se la ha inventado ninguno de los fotógrafos de moda que podáis estar pensando. No. Lo hizo el filósofo y político inglés Edmund Burke en 1756 en su obra: “A Philosophical Enquiry into the Origin of our Ideas of the Sublime and Beautiful”. Allí afirmaba que: “Los cuerpos que deparan deleite al tacto no deben ofrecer ninguna resistencia. Deben de ser tersos”.

Nos hemos rendido a lo que exige la sociedad actual. En general y en el mundo de la “creación” en particular. Una de las características de esta rendición es la corriente, generalizada, en el mundo del “arte” (vuelvo a entrecomillar…), de separarlo de cualquier factor debilitante. De cualquier elemento que dificulte el disfrute del “yo”, que nos arrastre a las profundidades de la condición humana, que nos enfrente a nosotros mismos cuando no caminamos disfrazados frente a los demás. El mundo de la “creación” se ha pervertido. Ya no hay diferencia entre los catálogos de una exposición y las obras de la misma. En los dos casos solo hay imágenes que representan algo de manera plana, lisa, amable, atractiva… Porque solo se aspira a lo bello a través de la luminosidad. Se huye de la oscuridad, de la duda, de la conmoción, del dolor, de lo negativo… De lo sublime.

Y, por supuesto, no se trata de convertir nuestras imágenes en una retahíla de intensidad insoportable y, todo sea dicho, innecesaria. Se trata de no renunciar, gratis, a un arte que sacuda el status quo. Aunque sea a costa de la estabilidad emocional del espectador, de su tranquilidad. La contemplación de una obra artística nunca es una actividad obligatoria. Requiere de la voluntad del espectador. Y en la del autor, en la del fotógrafo, debería estar la voluntad de comunicar, de contar. De no limitarse a “copiar” fórmulas que ha visto eficientes sin más. La idea del desarrollo de un discurso propio, con un lenguaje desarrollado en base a este, a lo largo de los años, y a través de las capas de experiencia de su propia creación.

Narrar significa ser un creador no amable, transformador de la realidad. Oponerse a lo que algunos llaman arte y no es más que una manifestación amable y confirmadora. Una vez más: plana.

El trabajo narrativo en nuestras imágenes debería de ser capaz de hacer que el espectador se atreviera a habitar el silencio desde el que habla nuestra naturaleza, a adentrarse en espacios repletos que su ignorancia le hace ver vacíos, a vencer el vértigo de ese vacío y dejarse empapar por la lluvia fina del conocimiento, olvidar la prisa de la novedad y detenerse hasta que la oscuridad de lo no imaginado toque su corazón… Esperar, notar la conmoción y salir de la fotografía contemplada. Quizás inseguro, quizás confuso, quizás triste, quizás enfadado… Pero, seguro, cambiado.

¿Cuánto tiempo hace que no preparáis una fotografía para esto: para cambiar a quien la mira? Independientemente de que lo consiga o no. El viaje, ya lo sabemos todos, no es el destino, es el camino. Y lo que no podemos, como ya hemos hecho, es renunciar a él por un poco de brillo de lámparas en los solariums de las redes sociales. Nos espera el sol en una playa. Aunque eso sí, está lejos y no es un viaje cómodo.

Y todo esto es mucho más grave de lo que parece. Va más allá de una mera cuestión estilística o estética. La banalización de la creación artística (fotográfica) es un reflejo de la banalización de la ideas. De cómo todo se reduce a un eslogan “tuiteable”. Sin explicación ni desarrollo. Inflama el corazón y tranquiliza el cerebro. Pero no lo pone a funcionar. Solo lo mantiene convencido de que piensa cuando, en realidad, es lo contrario. Le da el pensamiento masticado, reducido a una frase que no tiene explicación. Porque no hay nada más detrás de ella. Igual que con las fotografías que renuncian a lo sublime: solo hay una construcción habilidosa detrás. Pero ninguna idea.

Y el arte siempre ha sido la última línea de defensa contra todos los demagogos que quieren reducir el espectro intelectual de la gente. No es la primera vez que sucede. El arte, como la economía, es cíclico. Todo va y todo viene cada cierto tiempo. Y esta época inane pasará. Pero esta vez parece que la fase de éxito de esta banalización puede llegar a ser más profunda que en ocasiones anteriores. Y el problema no es que haya una recuperación. Es el punto desde donde partirá esa recuperación. Puede llegar a ser tan profunda que nunca se vuelva al punto original y algunas pérdidas se conviertan en permanentes. Hay tanta gente de acuerdo en hacer cosas vacuas que parece no haber hueco para, sencillamente, seguir pensando y hacer pensar. En las manos de cada uno está.

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Información Bitacoras.com

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Buen artículo, estamos de acuerdo.

G.P.V.
8 años

Ya el propio título me parece increíble. Es fenomenal, enhorabuena por tu trabajo.
¡Un saludo!

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[…] Tal y como ya se comentó en un post anterior: contenido bello, sí. Pero muy lejos de ser sublime. Sin ninguna intención (ni posibilidad) de perturbar la “realidad” de quien […]

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[…] no es placentera. En realidad, si no es placentera mejor. Hace unos meses leía en el artículo «Fotografías que separan lo sublime de lo bello» de Alais Glogar que nos estamos dejando llevar por lo bello, lo meramente formal y, lo que es […]

Luis Ochandorena

Comparto tu visión de la fotografía. Creo que, de todos los fotógrafos, son pocos los que tienen el compromiso de convertir su práctica en un camino personal porque requiere ser muy honesto con uno mismo. Ha sido un placer leerte. Un saludo

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[…] estado elaborándose… Es la diferencia entre el placer y el goce. Entre, como ya dije en otro post, la belleza y lo […]

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[…] solo, cambio; hace falta una ampliación, un reconocimiento de las múltiples facetas de “lo bello”. Poner a modelos curvy a posar igual que las de pasarela no es alternativo. Es imitativo y […]

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[…] estado elaborándose… Es la diferencia entre el placer y el goce. Entre, como ya dije en otro post, la belleza y lo […]

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[…] Tal y como ya se comentó en un post anterior: contenido bello, sí. Pero muy lejos de ser sublime. Sin ninguna intención (ni posibilidad) de perturbar la “realidad” de quien […]

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