Plano americano, blanco y negro. Mujer desnuda, con sobrepeso mórbido, sentada en actitud que recuerda al pensador de Rodin.
¿Copiar y dialogar es lo mismo en fotografía? Plano americano, blanco y negro. Mujer desnuda, con sobrepeso mórbido, sentada en actitud que recuerda al pensador de Rodin.
(c) Erwin Olaf

Todos cedemos, en algún momento a la tentación de pensar que somos únicos, extraordinarios, diferentes. Que hemos conseguido que nuestras imágenes no se parezcan a nada de lo fotografiado anteriormente. Que hemos creado desde cero, desde la nada. Que somos el principio y el final del concepto que late en nuestra creación fotográfica. Es una idea tentadora y, también, difícil resistirse a ella.

Pero no es posible

Nada se crea de la nada y si nuestra mente no estuviera llena de estímulos previos no seríamos capaces de generar ninguna creación. Pero este no es el tema. La pregunta que quiero hacerme, haceros, es: ¿Cuando copiamos lo que nos ha precedido y cuando dialogamos, nosotros o nuestras fotografías, con esas creaciones, con esas ideas? ¿Dónde está la frontera? ¿Qué diferencia una cosa de la otra?

No es nada extraño escuchar, o leer, a fotógrafos consagrados que cuando descubren que alguna de sus imágenes se parece “demasiado” a otra de uno de sus fotógrafos favoritos siempre piensan en términos de “diálogo” entre las obras. No en copia. 

Y seguramente que lo primero que puede pensar mucha gente, cuando lea declaraciones como estas, es: “Eso una manera de no admitir que copian y punto”. Pero, no es un tema tan sencillo. Merece la pena detenerse un momento en el y pensar sobre lo que plantea una reflexión así. 

No se puede negar que el arte es un complejo sistema de vasos comunicantes en los que la inspiración viaja de manera multidimensional, multidisciplinar y simultáneamente. Homenaje, recreación, tributo, reinterpretación… todo encaminado a la generación de nuevas obras artísticas que contienen el respeto y la admiración de los maestros anteriores. 

Admitamos, pues, que es una frontera difusa. Como la que se establece en muchos términos artísticos. A veces están directamente forzados con la única finalidad de sostener el discurso del curador o comisario de una exposición que, seamos sinceros, no se sostendría sin esa deformación y tergiversación. Pero en otras ocasiones, como esta, el término, diálogo, no sólo nos sitúa delante de una circunstancia artística. Nos ayuda a entenderla y a adentrarnos un poco más en lo que significa el arte (y las relaciones entre las diferentes disciplinas que lo forman) más allá de las noticias en la sección de cultura de un periódico o de los suplementos dominicales. 

El diálogo entre obras de arte se suele establecer, habitualmente, enfrentandolas físicamente. Con una técnica muy “orgánica”. Como cuando dos personas se disponen a conversar: una frente a la otra. 

Y ciertamente no se espera que se empiezen a lanzar argumentos entre ellas. Ese es un trabajo que tendríamos que hacer los espectadores.

Pero no es la única manera. A veces el diálogo se produce en la distancia y, a través de los años, en el tiempo

Un buen ejemplo de ello podría ser el pintor Piet Mondrian, creador del Neoplasticismo y uno de los miembros más importantes del movimiento artístico holandés De Stijl. De gran influencia en diferentes manifestaciones artísticas: moda, arquitectura, la propia pintura posterior… y no se trata, como se podría pensar en una observación poco atenta, de la simple adopción, superficial, de sus esquemas geométricos y patrones de color planos. Eso sería una imitación, una moda  o, sencillamente, una copia. 

Se trata de trasladar los hallazgos de una búsqueda, que a Mondrian le ocupó toda su vida artística, desde la pintura naturalista hasta la abstracción geométrica en la que exploraba las dinámicas del movimiento a través de formas, aparentemente, rígidas. 

Unas ideas que encontraron un reflejo natural en la arquitectura. El primer ejemplo que se puede encontrar de este diálogo entre pintura y arquitectura (dos disciplinas creativas diferentes) es la casa familiar que Gerrit Rietveld construyó para Truss Schröder y sus hijos en Utrech, Holanda. En esta casa es clara la traslación de las ideas de espacio y movimiento bidimensional de Mondrian a una construcción en tres dimensiones a través de tiras de metal, extensiones de madera y tubos de acero pintados con los colores habituales del pintor holandés. Estos enmarcaban los diferentes planos: paredes, ventanas, techos…

En esta casa los muros están “liberados” de su “responsabilidad” estructural para crear un espacio flexible de planos flotantes. La idea de movimiento de Mondrian aplicada a la realidad. Diálogo entre pintura y arquitectura para llevar ideas de una disciplina a otra. No copia. Investigación. Base y creación. 

Pero el diálogo entre creadores y creaciones no es exclusivamente artístico. También puede ser, entre otras muchas posibilidades, social. 

Un buen ejemplo de este diálogo social podría ser la película “Cabaret”, de 1972, de Bob Fosse. El director pretendía mostrar el derrumbe de una época alrededor de los primeros brotes de la siguiente. Pero no quería recurrir a personajes que lo explicaran en un diálogo que podría parecer forzado. Recurrió al estudio de las expresiones artísticas de la época que pretendía reflejar. Y encontró la clave en el pintor Otto Dix), uno de los máximos representantes de la “nueva objetividad alemana”) y su obra “Portrait of The journalist Sylvia Von Harden” de 1926.

En este retrato, que consiguió después de insistir durante meses a la periodista que, en principio, se negaba, Otto Dix buscaba, por una parte, plasmar, en una mujer andrógina, el clima de confusión que reinaba en el Berlín de la  época: últimos estertores de la República de Weimar y nacimiento del nazismo. Una pérdida de rumbo, quizás una exploración, sin haber encontrado aún un camino nuevo. 

Bob Fosse, claramente, abraza la influencia de ese cuadro, para crear un ambiente que Otto Dix ya había conseguido unas décadas antes. Claramente no hay copia. Hay diálogo entre dos disciplinas artísticas diferentes, con lenguajes distintos, pero con intenciones comunes. Enfrentadas las dos, película y cuadro, ofrecen experiencias distintas, pero dejan (comunican) un poso emocional muy similar. 

Una apuesta creativa realmente arriesgada. Puesto que al renunciar a los diálogos explicativos haces que tu obra será más “difícil” y requiera de más implicación por parte del espectador. Probablemente la estés condenando a una vida comercial inferior. Pero, a cambio, el contenido artístico será superior y más sólido. De hecho “Cabaret” acabó convirtiéndose en una de las películas fundamentales en la historia del cine. 

Como dato curioso, el director de fotografía de “Cabaret”, Geoffrey Unsworth, plasmó tan bien el universo estético de la obra de Dix que consiguió un Oscar a la mejor fotografía imponiéndose a “El padrino”).

También podemos hablar de diálogo entre las obras de un mismo autor. Y como ejemplo reciente el de Eugenio Recuenco que en algunas de las  entrevistas de presentación de la exposición “365” no ocultaba que al tratarse de una instalación con 365 imágenes no había conseguido que todas le gustaran individualmente. Pero si estaban en la exposición era porque colocadas junto a las compañeras, en la instalación correspondiente, se establecía un diálogo entre ellas que ofrecía una imagen única y completa al espectador. La inferiores bebían de la mayor perfección de las mejores. Y estas se apoyaban y desarrollaban los conceptos apuntados y esbozados en las inferiores para desarrollarlos de manera plena. 

Pero quizás uno de los más maravillosos ejemplos de diálogo entre obras, épocas, estilos, autores… sea el que se dio, entre abril y julio del 2019, en el Museo del Prado entre Giacometti y las joyas que este museo guarda entre sus paredes. Con un ejemplo claro de que es el diálogo entre obras. En la sala de El Greco se expuso la escultura “Mujer de pie”. Podríamos tener el perezoso pensamiento de que nada une esta escultura con la oscuridad de la pintura de El Greco. Y, cierto es, que a una mirada superficial hay motivos para pensarlo. 

Pero como decía al empezar este post: dialogar no es copiar. Lo puede parecer para un lego, pero no lo es. Entonces ¿dónde está el diálogo entre El Greco y Giacometti?

En la visión de la realidad de los dos. En la “original” de El Greco y en la influencia que esta tuvo en la “construcción” de la manera de ver la realidad de Giacometti que era un admirador confeso del pintor español desde que descubrió su obra.

Ninguno de los dos permanece en el naturalismo para crear sus obras. Los dos plasman, uno en la pintura y otro en la escultura, su visión personal de la realidad. Cómo ven ellos, desde su mirada creativa, el mundo que les rodea. Como las emociones que les generan su día a día moldea la visión del mundo hasta generar un universo particular, privado, único… 

No copian la realidad. La interpretan de acuerdo con la percepción personal de cada artista. El diálogo se establece entre dos percepciones personales y el camino de la traducción de esta en una obra plástica. No entre las similitudes “físicas” de las mismas.

Ejemplo parecido, y también reciente, es el de la exposición de Erwin Olaf en el Rijksmuseum, de Amsterdam, entre julio y septiembre del 2019. El fotógrafo siempre ha dicho que su mayor escuela y fuente de inspiración había sido ese museo (Algo parecido dice, con toda la razón del mundo, Alberto García Alix asegurando que la mejor escuela de fotografía del planeta es el Museo del Prado) y entre él y el director de la institución, Taco Dibbits, organizaron este diálogo entre algunas de sus fotografías más representativas y los cuadros que habían influido en su creación

En alguna ocasión el diálogo es claro.  Como entre “Nude woman” de Rembrandt y “La penseuse” de Olaf. Coincidencia en el tema (concepto estético alejado de los cánones de belleza imperantes en las épocas), el tratamiento (especial importancia en la textura de la piel), la composición. Es claramente un reconocimiento al maestro por parte del alumno.

Pero en otras no. El diálogo se parece más al que señalaba antes. Y un ejemplo claro es “Portrait of a girl dressed in blue” de Johannes Cornelisz Verspronck junto a “Hope” de Olaf. En el primero es una niña vestida de azul y en el segundo una joven de amarillo. La primera reposa sus manos en el regazo y la segunda en la pared. La niña mira al espectador y la joven tiene la mirada perdida. 

Pero justo ahí está el primer hilo del que tirar. La mirada. En ella basan los dos autores la pieza clave del sentimiento que busca transmitir la imagen. El segundo hilo está en la composición: la calidez de los colores y en la neutralidad de los fondos para que toda la atención se centre en las personas “retratadas” y no en las circunstancias que las pudieran rodear. El ser humano como centro y fin de la composición y creación artística. 

Una vez más un diálogo de conceptos

El diálogo es eso: bucear en las profundidades de lo que te ha precedido, aprender de los latidos que lo han impulsado, de las marcas estéticas que han impulsado los saltos, o los cambios, en la mirada de los creadores que nos inspiran, averiguar el origen de esos impulsos y la manera en la que han imbuido al autor hasta hacerlo evolucionar. El diálogo es formación, es aprendizaje… muchas veces inconsciente del que solo te das cuenta pasado el tiempo. Cuando el polvo del derribo de lo que te mantenía sin evolucionar se ha asentado. 

Copiar es otra cosa. Copiar es mirar una obra anterior, sin entender nada, ni tener la más mínima intención de hacerlo (nunca olvidare la discusión con el director de un podcast que aseguraba que no necesitaba saber nada para entender, o disfrutar, plenamente una fotografía…) y reproducirla como haría un copista: igual pero vacía. 

Dialogar es fruto del deseo de aprender. Copiar es fruto del deseo de mantenerse en la ignorancia. 

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Jesús López
Jesús López
4 años

Una vez más un artículo excelente. A los de Facebook parece que la foto no les ha gustado mucho y al intentar compartir directamente lo han eliminado. Que pena….

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