Primer plano, blanco y negro. Modelo tatuada y vieja, maquillándose delante de un espejo roto.
¿Modelos o guapas? Primer plano, blanco y negro. Modelo tatuada y vieja, maquillándose delante de un espejo roto.
(c) Alois Glogar

Modelo.

Con esa sola palabra ya se nos llena la cabeza de tópicos. La imaginación se dispara con todo el “conocimiento previo” acumulado. No hay muchas palabras que, para bien y para mal, tengan un significado “tan claro y tan concreto”…  para la mayoría. Lo que piensen los ofendidos de internet no lo vamos a contemplar. Son razones y conceptos tan forzados como los textos de catálogo de algunos comisarios de arte. Anécdota para consumo interno de fans. 

La cuestión es que el concepto ha acumulado tantos años de “uniformidad” que las (y los) modelos tiene claro lo que son y cómo lo deben ser. Da igual que estemos hablando de modelos de pasarela, de revista, de catalogo… incluso las que se autodefinen como alternativas.

Y hagamos un aparte aquí. En el término alternativa. ¿Alternativa en qué, a qué, a quién..? ¿En llevar tatuajes? ¿Piercings? ¿Androginia? ¿Sexo no adscrito? ¿Pesar más de lo habitual? ¿Facciones que se consideraban feas? La dudosa “alternatividad” de esas características se disuelve en el deseo común de salir en las fotos SIEMPRE guapas/os según el standar ya establecido y aceptado generalmente (¿es necesario recordar que Twitter no es el mundo real?)… El mismo que, supuestamente, están desafiando. Esa pátina unificadora que equipara todos los ejemplos anteriores a un sencillo, o simple, cambio de maquillaje en una modelo clásica. Porque, en el fondo no son más que diferentes queriendo ser iguales. No diferentes explorando su diferencia. Eso sí sería alternativo…

Porque la “alternatividad” vendría, de manera real, no con un cambio de paradigma en el patrón de belleza como se suele reclamar desde ciertos colectivos ofendidos desde la cuna: “las mujeres reales tienen curvas”, “El cuerpo del hombre es “fofisano” no danone”… ¿las delgadas y los atléticos son, entonces, unicornios?

Es el problema de no mirar más allá de la punta de los pies propios. No hace falta un, solo, cambio; hace falta una ampliación, un reconocimiento de las múltiples facetas de “lo bello. Poner a modelos curvy a posar igual que las de pasarela no es alternativo. Es imitativo y asimilativo. Igual que hacer que modelos de pasarela, con tipos estándar de belleza, parezcan estar todo el tiempo enfadadas, como punkgirls o skingirls,  y sean incapaces de unir los labios ni una sola vez como si fueran actrices porno de promoción… una vez más, aunque a la inversa: imitativo y asimilativo. Tampoco es alternativo, ni desafía nada, ni rompe con nada, tener una modelo trans, andrógina, con síndrome de down, vitíligo o cualquier otra marca diferencial evidente rotando como “cara de” al ritmo que marquen las tendencias de la nueva prioridad inclusiva en redes. 

Es, sencillamente, marketing, ruido social, atención mediática… cebo para tontos digitales. 

Alternativo fue Guy Bourdin que cambió la manera de ver y vender la moda haciendo que las modelos abandonaran los esquemas que, en ese momento, eran clásicos y dándoles nuevos roles en la “venta” de la ropa. O el concepto. Que en en el caso de Guy Bourdin quizás fuera una expresión más exacta. Para el siempre fue más importante la historia que contaba la imagen que lo que la misma contenía. Muchos, en este revisionismo estúpido que pretende reescribirlo todo a la medida de las “sensibilidades generales” (confundiendo, una vez más, la realidad con las redes sociales), han sentenciado que era un misógino. Incapaces de darse cuenta, en su ceguera e incultura, que fue, quizás, el primero que le dio a las modelos un papel central (y capital) en la narrativa de sus fotografías. Sobre ellas giraba todo. Y a través de ellas se contaba todo. 

O Helmut Newton, contemporáneo de Guy Bourdin, que convirtió el desnudo en un elemento narrativo e invirtió el papel decorativo de la mujer para ofrecer una visión más compleja, más profunda, más fuerte. Y todo sin discursos públicos grandilocuentes: sólo imágenes, de verdad, rompedoras. Con ideas en ellas. Con desarrollo de las mismas e intención, irrenunciable, de avanzar, apoyado en la revolución sexual de los 70 que, definitivamente, catapultó su carrera, en la “Terra ignota” que se abría ante ellos.

O Erwin Olaf que ha explorado, como pocos, lo feo y lo negativo como elemento y parte de lo bello a través de la armonía y la atracción morbosa que todos sentimos, por mucho que, hipócritamente, lo neguemos, por el dolor y las desgracias ajenas. La “nueva carne” que diría David Cronenberg en “Videodrome”. Con una atrevida revisión “esteticista” de estos conceptos nos coloca frente a nuestros prejuicios sin edulcorar, pero “vestidos” con prendas y colores atractivos, y que en colorimetría se suelen asociar a lo contrario, que nos “obliga” a mirar y si aún conservamos una cierta capacidad de análisis y crítica, reflexionar sobre la influencia de los prejuicios sociales impuestos en los gustos personales.  

Ninguno de estos tres fotógrafos (entre otros muchos) fue a la moda. Mantuvieron firme la voluntad de exploración y, al final, fue la moda la que fue a ellos. 

Porque su trabajo, si lo abordamos con valor y sinceridad, puede generar una apertura intelectual que nos franquee las puertas a un universo estético que, usualmente, ni habíamos sospechado. 

Podremos, creo, retomando lo planteado al inicio del post, estar de acuerdo en que el concepto “clásico” de modelo es tan poderoso y está tan arraigado que proyecta su influyente sombra sobre la mayoría de la “alternatividades”.

Y esto es especialmente patente cuando tratas de sacar adelante un proyecto fotográfico que se aleje del standard. Y aquí incluyo las modelos alternativas que he mencionado antes (más las que he olvidado) así como la infinita lista de variantes que ya están establecidas y asumidas como “diferentes”… y cuando sucede esto, por mucho que se me llenen el correo de insultos, es porque el “sistema” ha absorbido la diferencia. La ha identificado, empaquetado, añadido al catálogo y etiquetado (después de encontrar el momento y la manera de convertir esa “diferencia” en producto y monetizarlo) para que los suplementos dominicales sepan a qué casillero acudir para ensamblar un reportaje “rompedor”. 

Una dinámica que, como tantas otras veces, contamina una “profesión” estableciéndose como primera opción, la más razonable, la más práctica… cuando es solo es una de tantas. Quizás la más rápida para conseguir un cierto “nombre” pero, también quizás, la que menos solidez “profesional” te de. Ser una más, como millones, no acostumbra a dar grandes carreras profesionales. Pero una cosa es el deseo de “idealidad” y otra la vida real. 

¿Qué significa esto? Pues que el 90% de las modelos cuando te dicen que están dispuestas a salir de la zona de confort lo que, en realidad, te están diciendo es que están dispuestas a cambiar de casilla dentro del mismo catálogo. Por eso el compromiso es sí, y solo sí, el resultado final las muestra guapas. Muy guapas, de hecho. 

Experimentos los justos que yo soy modelo profesional. Aunque la frase correcta debería ser: “… que yo soy guapa profesional”. Un error de concepto. Una infantilización de una profesión seria y tremendamente compleja que ahora apenas requiere unos cuantos miles de seguidores en Instagram para ser validada. 

Ilustrativo es el documental “Nude” en el que el fotógrafo David Bellemere discute con su cliente por la selección final de las modelos justo por este motivo. El cliente ordena las modelos que han pasado el casting (para la elaboración de un calendario que aspira a competir con el de Michelin) por los seguidores que tienen en Instagram y Bellemere por lo que han sido capaces de transmitirle. La diferencia de orden es clamorosa. El documental ilustra, bastante bien, aunque quizás cojea en la imparcialidad, la pugna entre los dos puntos de vista.

La unidad de medida del valor de una(un) modelo es, ahora, su belleza (y su alcance “social”) cuando tradicionalmente ha sido su personalidad (el factor que diferencia una gran modelo de una top model), la capacidad para saber adaptarse a las diferentes clases (tipos) de luz, el conocimiento del propio cuerpo en beneficio de la imagen final y, quizás lo más importante, la capacidad de traducción de una idea, más o menos, abstracta del fotógrafo en un posado estético y, si lo requiere el encargo/proyecto, narrativo. 

Conocer cientos de poses y ser capaz de repetirlas delante de fotógrafos distintos, sin un mal gesto, te hace modelo, no voy a discutir eso ni el gran valor que tiene. Pero modelo “básica”. Apenas en la escala media/baja de la profesión. Da igual los cientos de miles (o los millones) de seguidores que se tengan en redes sociales o que algunos medios te incluyan en sus contenidos. Se es, justamente eso: contenido. Como lo es un producto en una fotografía publicitaria. Pero no una modelo de primer nivel. 

Ese espacio, en lo más alto, está reservado para las que aúnan, al menos, las capacidades que comentaba dos párrafos antes. Las que, puestas en la balanza de la creatividad, no se ven superadas por el fotógrafo. Las que le pueden mirar (de verdad y no impostadamente ) a los ojos como igual. Como dos creadores generando (al menos intentándolo siempre) imágenes que empujan los límites. Fotografías fronterizas con alma de destierro que siempre quieren tierra virgen bajo sus pies

Y sí, sigo hablando de fotografía que podría considerarse comercial. Pero de gente que no se pliega a la estupidez de la corriente del momento (aunque lo pueda parecer) y siempre mira más allá. 

Alguna vez he usado en el blog la expresión: “perlas en la basura”. Y en esta ocasión vuelve a ser necesaria. Uno no esperaría encontrar en el mundo de los fotógrafos que se dedican a cubrir eventos nocturnos de ocio a nadie con un discurso intelectual y estético sólido y en constante desarrollo. Pero, como siempre, dejar a un lado los prejuicios permite descubrir esas perlas donde poca gente mira. Desde hace años la web “lastnightparty” documenta la noche más “trendy” de algunas capitales norteamericanas. Bronques, su fundador tiene como lema: “Make art, not content”… Y, como decía antes, de eso se trata. De que, enfrente el trabajo que enfrente, una modelo (igual que un fotógrafo), puede (es una elección personal) trascender a la mera generación de contenido e intentar aportar siempre algo más. Pretender crear. Añadir densidad al mensaje… No solo ejecutar. No solo vender, contar.

Y por si alguien tiene dudas, llegados a este punto, no se trata de marcar a fuego y en piedra lo que una modelo puede hacer o dejar de hacer con su carrera. Desde la más extraordinaria hasta la más torpe pueden hacer lo que quieran con su “imagen de marca” y su carrera. Tan digno es dedicarse a la pornografía como ser la imagen de marca de empresas top. Si es el camino elegido voluntariamente (y se es feliz en el); es el camino correcto. 

De lo que se trata en este post es del “error” que supone pensar que todo lo que no sea aparecer arrebatadoramente bellas no es modelar. O rebaja su categoría/status de modelo. No será, en cualquier caso, el tipo de modelaje, que les gusta, les apetece o quieren. Pero, del mismo modo, que una actriz no es menos actriz por aparecer poco favorecida (en realidad, en el mundo de la actuación, este “afeamiento” suele considerarse algo positivo y un paso valiente. A pesar de que parece que vivimos un renacimiento del Star System en el que algo así era impensable) una modelo tampoco es menos por jugar una baza que no sea su belleza. Más bien al contrario. Parece lógico pensar que cuantas más capacidades y habilidades se tengan en tu oficio mejor eres… curiosamente esto es algo muchas veces no sucede aquí. 

Todas quieren ser como las súper modelos que hizo famosas Peter Lindbergh. Incluso, como decía al principio, las que no quieren serlo (o eso aseguran) intentan diferenciarse (o creen hacerlo) haciendo lo mismo. Igual que la mayoría de las grandes marcas que, una y otra vez, nos hacen creer que se preocupan por las minorías y quieren ser inclusivas… Pero, como hemos dicho, no es así. Es buen marketing para público con concienciación de marca blanca. La conciencia, como el principio activo, está… pero no en la misma cantidad ni proporción. 

Pero volvamos a las modelos. Concretando antes. Hay un nivel al que no se accede si no se trabaja regularmente para medios grandes. Ni aunque puedas permitirte pagar el caché. Es una cuestión de imagen para las agencias de representación. No quieren ver imágenes de sus modelos en perfiles de fotógrafos de “segundo nivel” (aunque sean extraordinarios), consideran que se devalúa su “producto”. Por supuesto aquí no entran, como decía, los que, de manera habitual, trabajan para esas grandes cabeceras. Si uno(a) de estos(as) llama para un proyecto personal lo habitual es que reciba, como es lógico, una respuesta positiva. 

Pero en ese “segundo nivel” hay gente capaz de generar trabajos comparables con cualquiera del “escalafón superior”. Y en cuanto a las modelos exactamente igual. Especialmente las “traveller models”. Modelos que viajan por todo el mundo para posar delante de todo tipo de fotógrafos. En este grupo, como en todos, hay de todo. Pero es posible encontrar modelos experimentadísimas. Bregadas en todo tipo de situaciones y planteamientos fotográficos. Con algunas de estas modelos he organizado algunas de mis mejores sesiones. Normalmente mejorando la idea original con sus aportaciones. Son profesionales que responden a lo indicado anteriormente: personalidad, dominio del propio cuerpo y sus posibilidades, conocimiento de la luz y como actúa sobre ellas e implicación en los proyectos que aceptan. 

Algunas de ellas han atravesado un camino árido para llevar a buen puerto la idea que les proponía. Porque hacerlo implicaba un acto de fe para ellas. Dar un salto al vacío fuera de su zona de confort… pero ese era su deseo: presionar los límites que conocían, averiguar si eran capaces de trascender a ellas mismas

Como decía Spike Spiegel en la magistral “Cowboy bebop”: “No he venido para morir. He venido para saber si estoy vivo”. 

Y de eso se trata: de seguir vivo, de seguir siendo modelo y no conformarse con ser maniquí.


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