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¿Cuándo sabes que te has convertido en un fotógrafo?

Cuando te conviertes en fotógrafo. Reproduccion de Andreas el fotógrafo de periódicos (1951)
(c) Andreas Feininger

Desde que empecé a hacer fotos y, aun más, desde que decidí que el camino concreto que quería para mis fotografías era el de la narrativa fotográfica, he leído, y escuchado, toda clase de definiciones, explicaciones, justificaciones, razones, etc… sobre lo que es ser fotógrafo. Sobre lo que se puede considerar que es ser un FOTÓGRAFO. Así, en mayúsculas, independientemente de la cantidad de imágenes que uno haya captado con su cámara y de la calidad técnica de las mismas.

En general suele decirse que un fotógrafo es alguien que tiene una mirada propia sobre la realidad. Alguien que tiene una versión personal sobre el mundo que le rodea y que, además, está versión se prolonga en el tiempo con coherencia interna… Y no es una mala definición. De hecho es una excelente definición.

Pero, personalmente, creo que la versión mas acertada de lo que es ser fotógrafo me la dio una de las mejores fotógrafas que jamás he conocido: Gloria Rodríguez. Ella, en una de tantas y tan deliciosas conversaciones que mantuvimos mientras vivió en Madrid, me explicó que para ser un buen fotógrafo, para poderse considerar, sencillamente, fotógrafo, tenias que aprender a ver de otra manera… Algo muy relacionado con mi pseudónimo… Aunque esta es una historia que habrá que contar en otra ocasión.

Para poderse considerar un fotógrafo, como me explicó Gloria, lo primero que tenías que aprender es a ver el mundo como un conjunto de luces y sombras. Los colores son algo prescindible en ese momento. Lo realmente importante es que sepas «ver» qué es luz y qué es sombra. Algo no tan sencillo como parece y que requiere dedicación y empeño. Pero que, una vez conseguido, te permite ver el mundo de una manera diferente. Te permite intuir la belleza de una imagen rutinaria, ordinaria y común. Porque la ves de la misma manera que Miguel Angel veía los bloques de mármol que acabaron siendo «Los esclavos«. Como un boceto de la obra final. Con el latido de la belleza, aun invisible, de su interior.

Ver el mundo como sombras y luces te permite saber qué volúmenes y qué espacio vacío va a tener una composición antes, incluso, de poner el visor de la cámara delante de tus ojos. Te permite parpadear y fijar en tu mente la imagen final… No el RAW que la cámara te entregará.

Ver el mundo como luces y sombras te evita estar copiando de las copias que otros han copiado antes y estar generando cascarones vacíos de contenido y alma. Saber ver las luces y las sombras te habilita para tener un discurso propio, para que tu narrativa fotográfica sea realmente propia. Porque ver el mundo en su esencia te permite saber como utilizar esos elementos básicos para construir un discurso fotográfico propio y sólido.

De algún modo, ver como luces y sombras es lo mismo que ir a un restaurante y conformarse con saber el nombre del plato o saber ver los ingredientes que lo conforman con las dosis y tiempos de cocinado. En los dos casos te vas a comer el plato… Pero no es lo mismo. Como no es lo mismo hacer una foto que saber hacer una foto.

En resumen: sabes que eres fotógrafo cuando eres capaz de ver el mundo como luces y sombras… Los colores… Bueno, los colores pueden esperar.

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