El silencio es fundamental en la fotografía.
En la generación de la obra y en la contemplación de la misma.
No es un error. No me he equivocado ni he equivocado el sentido de lo que quiero decir. Si tuviera que tuitear esto (antes del aumento del número de caracteres por tuit) diría que: solo con un silencio absoluto (en nuestra mente) una fotografía despliega toda su música.
Si no conseguimos deshacernos del ruido constante que nos rodea, una foto no es más que una imagen. Un sonido más del zumbido global. Atrae nuestra atención, eso es cierto. Aunque solo por un instante. Pero no tiene la más mínima posibilidad de contarnos nada. Por que la siguiente imagen empuja reclamando atención y los comentarios en redes sociales, sobre algo aun no visto, nos generan una ansiedad que solo alivia un incremento del consumo de dichas imágenes. Que son, simplemente, información. Y en este caso, esta información no es poder. Es, más bien, desinformación… un perjuicio.
Por que empujados por esa afirmación (“La información es poder”) llevada a términos absolutos, no nos permitimos más que un parpadeo, dos a lo sumo, por cada imagen. Ya que algo más se traduce en una desaceleración en la acumulación de esa información, en un “retraso informativo”. Y ese retraso en un retroceso en nuestro escalafón social virtual.
Y esta velocidad de visualización impide ninguna conclusión respecto de la la información recibida. Solo se posibilita, como se ha dicho, la acumulación. Tal y como nos demuestran los programas de guardado de links destinados a “leer más tarde” ¿Tenéis alguno instalado? ¿Cuantos links hay acumulados pendientes en el? ¿Os atrevéis a mirar la fecha de guardado del primero? Todo es “ruido”, “zumbido”, sonidos sin concretar adheridos a una imagen. La velocidad a la que creemos estar sometidos (otra falacia elevada a términos absolutos) nos impide distinguir el polvo de la paja. Por que no nos detenemos el tiempo suficiente como para apreciar las diferencias y, mucho menos, los matices.
Somos bulímicos de la información. Todo es igual para nosotros. No sabemos el motivo pero acumulamos esa información sin fin que se nos ofrece desde cualquier pantalla que caiga en nuestras manos o delante de nuestros ojos. E igual que un bulímico traga la comida y es incapaz de distinguir una hamburguesa de un “Rib eye” de Kobe, nosotros consumimos información (imágenes) sin obtener ningún beneficio, tangible o real, ni placer con ello.
Con todo, el problema no está en la velocidad o en la aceleración constante. Al menos no el problema principal. El mayor problema es la falta de conclusión. Nada “termina”. Todo se plantea y se abandona, inmediatamente, sin dar un paso más en ninguna dirección. Por que no hay ritmo, compás o cadencia. Solo velocidad y aceleración. Y eso impide la reflexión, el análisis o la conclusión, solo permite el avance.
Vemos una imagen en internet, nos detenemos en ella si generamos, inconscientemente, una sensación de aprobación abstracta en nuestra mente… y pasamos a la siguiente. No dejamos que esa abstracción positiva se concrete. ¿Ha sido la luz captada por el fotógrafo?, ¿la paleta de colores que se ha empleado en el procesado?, ¿el juego de contrastes y gamas cromáticas que han sabido conducir nuestra mirada a través de la composición?, ¿algún elemento nuevo o sorprendente que no habíamos visto antes?…
No lo sabremos jamás. Por que ya estamos ocupados haciendo scroll hacia la siguiente imagen que consiga captar, por unos pocos segundos, nuestra atención.
Como tampoco sabremos qué aprendizaje podríamos haber extraído de esa imagen. No nos hemos podido detener a resolver ninguna de las cuestiones anteriores. Y, una vez resueltas, plantearnos averiguar qué dificultades, teóricas y técnicas, tuvo que resolver el fotógrafo para llegar hasta el resultado que tenemos delante. Y no detenernos ahí. Leer algo sobre el autor (es casi imposible ser “invisible”, hoy por hoy, en internet) e intentar perfilar su obra con el impulso emocional, intelectual, incluso político, que rige su vida.
Nunca llegaremos a la verdad completa. Eso hay que aceptarlo. Pero, independientemente de donde nos quedemos en ese camino, todo el recorrido habrá sido de conocimiento. Habremos “concluido” la experiencia de ver una fotografía.
Pero el silencio no solo nos lleva a la conclusión de esa experiencia. Esta, junto a otras, moldean nuestra forma de ver las cosas, afinan nuestro gusto estético, nos permiten reparar en detalles, a nuestro paso por la vida, en los que no nos habíamos detenido jamás de no ser por esa “construcción” de nuestro criterio estético “experiencia concluida” a “experiencia concluida”.
La fotografía “concluida”, como experiencia artística, ilumina zonas sombrías de la vida que, sin esa luz, jamás habríamos visto. Nos otorga una perspicacia mayor que la que pudiéramos tener. El silencio nos lleva a la observación. La observación a la conclusión y esta última a la sabiduría.
Aunque, volviendo unos pasos atrás: a la velocidad y aceleración. Difícil no recordar una conocida frase de Giorgio Armani: “La elegancia no es darse a notar, sino ser recordado”.
Y lo mismo podríamos decir de la fotografía. No nos debería de valer el impulso de dar un like en cualquier red social para dar como buena una imagen. Deberíamos quedarnos con las fotografías que vuelven a nosotros (sin hacer un esfuerzo voluntario para ello) tiempo después de haberlas visto y de manera recurrente.
Y eso solo sucede cuando esa imagen ha sido contemplada en silencio. Porque solo en silencio, desprendidos de la velocidad, se puede apreciar un ritmo narrativo, una cadencia, un compás… llegar a una conclusión. Sin esta pausa, sin el silencio que ahuyenta el zumbido de la siguiente imagen, todo se dispersa, se diluye en lo que trae la que está por venir. Que, a su vez, también se diluirá en la que viene después.
Una imagen contemplada en silencio queda en nuestra memoria. Una vista con la premura de pasar a la siguiente es simple información, como decía antes. Y ahí está la clave. En la diferencia entre la memoria y la información. La acumulación de la segunda no es más que basura inconexa. Sin ninguna narrativa. Un trastero de datos. La información no tiene, per se, ninguna conclusión. Y además, la facilidad de uso y manejo (no requiere ningún esfuerzo) facilita su difusión masiva.
La memoria, por contra, en tanto que necesita una pausa que conduzca a una conclusión a través de una narrativa, es generadora (en términos genéricos) de conocimiento. Pero este mismo proceso (inevitablemente lento y laborioso) la aleja de las prácticas y costumbres arraigadas en la sociedad digital. Una sociedad en la que el presente se comprime cada vez más y, prácticamente, se limita a la oleada de últimas horas… que se sustituyen, paradójicamente, cada pocos minutos.