Triunfo de la fotografía. Plano general, color. Mujer mirando cuadros vacíos en un museo.
(c) Peter Liversidge

Antes de nada, aclarar una cosa que es fundamental. Los tontos no son ellos, somos nosotros.

Con ello quiero eliminar la separación que automáticamente solemos hacer frente a premisas de este tipo. Adoptamos nuestra posición más digna y no albergamos la más mínima duda de que ese problema es de los demás, de ellos. Y menos mal que aun hay gente como nosotros que somos capaces de darnos cuenta. Pues bien, saber identificar un problema no te libra de padecerlo e, incluso, ser parte de el. Así que deberíamos de asumir esto o abandonar la lectura, ahora mismo, de este post.

Y volviendo a la idea planteada en el título. ¿Como es posible que los tontos «hayamos» aupado la fotografía a la popularidad y el éxito del que disfruta hoy en día (obviamente no voy a entrar en la calidad de la fotografía, actual. De esto ya hemos hablado aquí)? Tiene mucho que ver el medio a través del que me estas leyendo: Internet.

Desde que se ha popularizado y se ha vuelto más accesible (aunque las últimas noticias sobre legislación e internet me obligan a decir esto con la boca muy pequeña) nos hemos ido acostumbrando a consumir contenidos cada vez más breves. Hasta llegar al paroxismo del tuit. Esos 140 caracteres que nos obligan a resumir una idea en un solo concepto sin posibilidad de matiz. Casi un grito al viento de los que solo oyen sin pensar… Y me muerdo la lengua para no citar líderes políticos que han prostituido ideas en eslóganes que se pueden retuitear con una intención descarada y, tristemente, única de viralización. Pero seguro que algún nombre se os ocurre.

Pues bien, esta tendencia a la brevedad y a la inmediatez, sumada a la oferta, casi, infinita de contenidos. Nos lleva a no querer perder demasiado tiempo en nada. Queremos una idea rápida que nos permita, en el mejor de los casos, el comentario con los amigos, antes de pasar, a toda velocidad, al siguiente contenido.

Y en este resumen intelectual al absurdo de consumo inmediato era inevitable que algo como la fotografía triunfase (insisto, no digo mejorase… Solo que triunfase al margen de calidades). A diferencia de la pintura que obliga a una reflexión previa y a un tiempo de ejecución que casi nunca es breve, la fotografía es una creación que apenas necesita los segundos que tardamos en llevar la cámara ante nuestros ojos y disparar. Y ya tenemos algo fijado en el tiempo y en el espacio. Sin necesidad de reflexión por parte del creador ni de análisis por parte del espectador.

El vino en tetrabrik del arte. El que puedes poner en un vaso sin enseñar el contenedor y engañar a los que no saben y como, además, es barato, igual que las cámaras digitales de iniciación, todo el mundo puede poner una copa en su mesa. Cosa distinta, una vez más , es lo que contenga la copa y el buen gusto de quien la consume.

¿Esto significa que Internet nos obliga a ser así? Rotundamente no. A nadie le ponen una pistola en la nuca para comportarse de este modo. Pero… Parémonos un segundo y recordemos las veces que hemos repasado nuestro TL de Twitter, a toda velocidad, sin abrir ni un solo link. Y cuando lo hemos hecho no hemos pasado del titular y el primer párrafo. Para pasar al último y volver al TL. O cómo nos posee la furia del repaso de nuestros agregados en Pinterest. Recorriendo el escroll infinito de la pagina y enfadándonos cuando la carga se demora más de lo que estamos dispuestos a esperar.

O… Seamos sinceros: ¿cuando fue la última vez que nos detuvimos 10 minutos, reales, ante una fotografía para observar su composición, intentar ir más allá del primer impacto visual y dejar que lo que el fotógrafo nos quería contar se empiece a revelar ante nuestra mirada? O, directamente, comprobar que esa imagen, en realidad, no dice, ni lo pretende, nada.

Internet no nos hace tontos. Somos nosotros los que nos dejamos llevar y perdemos las rutinas de observación y análisis. Solo queremos consumir para no saber menos que los demás de cualquier cosa… Esto, per se, ya es de bastante tontos, la verdad.

Los tontos somos nosotros, y en nuestra tontería hemos dejado de lado la fotografía que nos exige y le hemos regalado el éxito a una fotografía tonta. A la medida de tontos como nosotros.

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