A veces nos obsesionamos con la respuesta social hacia nuestros trabajos. Refrescamos obsesivamente la pantalla a la espera de que aparezcan nuevos «me gusta» (o la equivalencia correspondiente) que nos quiten la ansiedad que produce desconocer si nuestra última creación ha conectado con alguien, ha encontrado eco o, tristemente, se pierde en la inmensidad de la indiferencia.
Lo normal es que nuestros amigos, los fieles, los que siempre están ahí, no nos fallen y sus «me gusta» vayan apareciendo conforme pasan los minutos. Pero, la verdad, es que esos clics, más allá del valor emocional, no cuentan. Tampoco cuentan los que hacen otros fotógrafos cuya obra es claramente la de un principiante. Todos nos hemos sentido deslumbrados, cuando empezábamos, por fotografías que, pasado un tiempo de aprendizaje, no nos provocan otra cosa que sonrojo. Así que la valoración que un principiante haga de nuestro trabajo, con todos los respetos, no cuenta demasiado.
Los clics realmente válidos son los de fotógrafos con los que no tenemos ninguna relación personal… Mejor aún si ni siquiera están en nuestra lista de contactos. Pero, como todos sabemos, estos «likes» son tan raros como un monzón en el desierto. De ahí su extraordinario valor.
Ahora podría tirar de retórica y preguntar el porqué de esta rareza. Pero no creo que haga falta. Cualquiera que se dedique, amateur o profesionalmente, a la fotografía de forma seria ya ha comprobado en sus carnes que pocos colectivos hay en los que la envidia, y el miedo a la competencia, se muevan tan a sus anchas.
Tenga el nivel que tenga, casi ningún fotógrafo valora el trabajo de un compañero en público. Y mucho menos deja constancia en una red social. No vaya a ser que sus «preciados seguidores» descubran otro fotógrafo y le abandonen. Cierto es que, tal y como están las cosas actualmente en la fotografía, cuesta la misma vida hacerse un nombre y directamente la primera y segunda reencarnación conseguir vivir de ello. Pero esto no es óbice para reconocer algo que, sinceramente, te ha gustado y, de paso, hacer más fácil el camino a los que vienen detrás ofreciendo la mano que a tí tanta falta te hizo y nadie te prestó.
Porque, además, si de verdad eres tan bueno como crees, da igual lo fuerte que empujen los que vienen detrás. No hay más que ver lo que pasa con Sebastiao Salgado, Annie Leibovitz, Steve McCurry o Cristina García Rodero… Por citar unos pocos veteranos y veteranas… Se les puede llamar «vieja guardia» sin lugar a dudas. Pero sea cual sea la tendencia fotográfica dominante en el momento, si alguno de ellos presenta un trabajo todo el que sabe algo de fotografía se cuadra y presta atención… Bueno, todos menos los que dicen que saben, pero no. Estos, por supuesto, no les hacen caso… Mirarse el ombligo y quitar las pelusas del de los amigos es una ocupación, como todo el mundo sabe, extremadamente absorbente.
Tampoco podemos perder de vista que un fotógrafo, como cualquier otra persona relevante en su campo, tiene un número de seguidores que crece junto a su fama. Y pedirles que pierdan su tiempo revisando las redes sociales que, probablemente, ya solo frecuentan muy de tarde en tarde, es una fantasía.
Pero si bajamos un par de peldaños y miramos a los fotógrafos que van «camino de», tienen miles de seguidores, y que aún son muy activos en internet, sí que podríamos esperar que fuesen más prolíficos en su reconocimiento. Más allá de su círculo en el que, por contra, sí es fácil encontrar «likes» frecuentes e, incluso, comentarios.
Sobre todo porque, habida cuenta de que este mundo no es especialmente grande y, antes o después, según los estilos y los presupuestos, todo el mundo acaba colaborando con todo el mundo. Y siempre hay alguien que cuenta que un fotógrafo ha usado las fotos de otro como modelo/inspiración para una de sus sesiones, o ha comentado que este o aquel hacen un estilo como nadie, o que les encanta el trabajo con la luz de otro, o la gestión de los colores…
No le das importancia hasta que uno de esos otros es conocido tuyo y le comentas lo que has oído. Y, mirándote con cara extrañada, te dice que ese fotógrafo jamás le ha dicho nada de su trabajo, ni le ha comentado una fotografía, ni siquiera le ha dejado uno de esos preciados «likes»…
Los fotógrafos cobardes, como ya comentamos por aquí, no solo no comparten lo que saben, tampoco quieren dejar sitio a otros. Nada, por otra parte, sorprendente.
Así que, quizás no fuese mala idea dejar de refrescar, mientras lees esto, el resto de las pestañas de tu navegador. Porque, si de verdad te tomas en serio lo que haces, y te esfuerzas por superarte foto a foto, quizás tu éxito esté en el atronador silencio de los demás.
Información Bitacoras.com
Valora en Bitacoras.com: A veces nos obsesionamos con la respuesta social hacia nuestros trabajos. Refrescamos obsesivamente la pantalla a la espera de que aparezcan nuevos “me gusta” (o la equivalencia correspondiente) que nos quiten la ansiedad que..…
Hola. :)
Magnífica entrada, tal y como nos tienes acostumbrados.
Siempre he creído que los buenos de verdad son humildes, y que no dudan en compartir lo que descubren o aquello que les emociona, incluso cuando es el trabajo de los otros. Es una medida de su grandeza (y también una forma de detectar la mediocridad, porque nunca lo hace).
Un abrazo. Siempre es un placer leerte.
Jota.
Poco que añadir a tu comentario, Jota. Lo suscribo de principio a final. A veces tener un blog te concede lujos como el de tener lectores como tu, que mejoran las entradas con sus comentarios.
Un grandísimo abrazo!
Excelente Articulo! Saludos!
Muchísimas gracias!! Por leer el post y por comentar. El tiempo es un valor y el que le has dedicado al post me hace sentir honrado. Un gran abrazo.
Gran post! Enhorabuena.
Muchas gracias Sixto! Un placer saber que te ha gustado. Abrazos!
[…] Prueba a subir esas fotos a un grupo de Facebook de fotografía… y prepárate para una carnicería. La […]