Escandalizarse es de ignorantes. Plano medio, blanco y negro. Crucifijo de rosario en primer plano. De fondo pecho mujer desnuda desenfocado.
(c) Alois Glogar

En cualquier medio de comunicación, esté en el soporte que esté, es sencillo encontrar un titular en la sección de cultura que contenga la palabras «escándalo», «provocación», etc… Más aún después del auge de los titulares para tontos que han llenado las redes sociales (“Lo que pasó después no lo vas a creer”… y similares) y que han contagiado, para vergüenza de sus editores, a las principales cabeceras de prensa escrita del país.

Lo aceptamos como normal. La costumbre y la reiteración tienden a conseguir estas cosas. Vamos a la noticia, leemos en qué consiste el escándalo, vemos las imágenes que lo acompañan (un escándalo sin imágenes siempre será menos escándalo) y, muchas veces, nos escandalizamos también. Pero… ¿Alguna vez nos hemos parado a pensar lo poco que dice de nuestra inteligencia ese escandalizarnos?

Que una propuesta artística, fotográfica, se viva como un escándalo no es más que otro signo del fracaso de nuestro sistema educativo. Porque, si este funcionara como debe y formara como es su obligación, la creatividad y la imaginación, independientemente del grado o nivel, estarían en la base intelectual de cualquier individuo. Y sobre esta base no habría lugar para el escándalo y sí para la estimulación, para la sorpresa, para el impacto… Incluso para el desconcierto frente a una propuesta que ha roto la rutina de lo conocido o lo previsible.

Pero escandalizarse implica desconocimiento. Y, no solo eso, lo que es peor… Implica falta de deseo de conocer. Porque el escándalo no se produciría si junto al desconocimiento coexistiese un ansia de saber, una inquietud por ir más allá o, sencillamente, curiosidad.

Las personas que se escandalizan con tanta facilidad por una fotografía, o cualquier manifestación artística, (y desgraciadamente parece que son cada día más) son las mismas que proyectan sus carencias educacionales y culturales sobre sus hijos. Colocando barreras de protección allá donde no hacen ninguna falta. Impidiendo que sus herederos sean mejores que ellos, poniendo las semillas para que, mientras el mundo no se detiene, ellos construyan un ancla cada vez más eficiente.

Tampoco hay que dejar de lado que en un mundo cada vez más uniforme, más inmovilista (excepto para los movimientos regresivos) y con más impermeabilidad a los cambios, que un hecho cultural suscite un escándalo/odio transversal es suficiente motivo como para prestarle atención.

Bien es verdad que en la mayoría de los casos apenas encontraremos una propuesta que, lejos de ser artística, se aprovecha de la «piel fina» de la audiencia para captar la atención que, de otra manera, no conseguiría con una idea vacua como la suya. Y esto, más que escándalo, lo que debería suscitar es ignorancia.

Pero, entre toda esa basura gritona y vacía se pueden encontrar propuestas honradas, que pisan sobre terreno desconocido. Algunas más valientes que otras, más conscientes o menos del riesgo asumido y/o del camino iniciado. Sin más voluntad provocadora que la intelectual… Y esa provocación, la que sacude nuestro cerebro obligándole a funcionar más allá de la rutina, debería de ser recibida con alegría y no con indignación escandalizada.

Pero eso requeriría de nosotros, como sociedad, un esfuerzo consciente y constante de mejora… Y entender que la estimulación es tan necesaria para el crecimiento como el escándalo lo es para el inmovilismo.

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