Cuando hablamos, o pensamos, en fotografía política, pensamos en trabajos como, por ejemplo, el de Samuel Aranda publicado en el NYT donde denunciaba la pobreza que, después de que el gobierno desmontara el conocido como estado del bienestar, se abría paso en la sociedad española. Unas imágenes que hacían recordar a los más mayores cómo era la vida después del ’36… Para los más jóvenes este fue el año en el que acabó la guerra civil española.
No habremos errado si pensamos en ejemplos como este para ilustrar el concepto de fotografía política. Sin duda cuenta con una narrativa fotográfica clara, directa y con una posibilidad de error muy baja. Pero… Esa no es, a pesar de la claridad de la propuesta, la única forma que puede tomar la fotografía política.
Aquí he hablado, en repetidas ocasiones, de la importancia que, en mi opinión, tiene el compromiso ético del creador con la coherencia interna de su obra y con su «audiencia». Sea esta de millones de personas o se limite al grupo más cercano de amigos. No se crea para quien va a recibir el fruto de tu trabajo. Ni se condiciona el resultado de la creación en proceso a los supuestos que, presumiblemente, van a obtener un mayor impacto en esa audiencia.
Abro un paréntesis para decir que no crear con la mente en el público no quiere decir que no se le tenga en mente a la hora de aplicar técnicas de difusión de tu obra. Una cosa es crear y otra es distribuir o hacer llegar lo creado… Hablaremos de esto, pronto, en otro post.
Como decía no se crea «a la carta» o, al menos, no se debería de hablar de creación artística si se hace así. Y no se puede, en consecuencia, crear pegado a las modas que van apareciendo a lo largo de la vida del fotógrafo. O, lo que aún sería peor, abrazar la tradición como la única versión pura del arte y sus reglas como las únicas posibles.
Es entonces, cuando uno se entrega a la uniformidad, sea de un modo u otro, cuando desaparece el sentido político de la creación. Porque es, en ese momento, cuando no se crea a favor del público. De hecho, para mí, se crea contra el. Se le hace daño. Porque les invitamos a abandonar el esfuerzo crítico, a no buscar, a caminar en círculos, a conformarse, a no pelear por nada, a asimilarse a las corrientes dominantes sin ningún espíritu crítico, sin espacio para la duda, la discusión o la disensión… Igual que hacemos nosotros si creamos así.
Y, aunque cada uno es muy libre de hacer lo que le parezca conveniente. La creación (porque la copia, a pesar de lo que le gustaría a tantos, es otra cosa) nunca debería de ir separada del compromiso ético de no dejar de buscar nuevos caminos y áreas fuera de la zona de confort. Alguien que aspire a merecer que le llamen artista nunca debería de dejar de vivir en el riesgo y en la incertidumbre.
Cada poco tiempo tendría que cerrar capitulo, mirar lo hecho, preguntarse cuál es el siguiente escalón que debe subir, asumir el riesgo, incluso la angustia de un camino lleno de esas incertidumbres y no cejar hasta que esté en condiciones de compartir algo, con la gente interesada en su trabajo, que les haga reflexionar, que les estimule intelectualmente, que genere preguntas, dudas, debates íntimos o compartidos, que abra algún resquicio que permita la entrada de un tono de luz distinto al habitual…
Esta es la dimensión política de la fotografía que no lo parece formalmente: la educacional. Porque la educación, por mucho que les parezca prescindible a quien nos manda (y no solo a los que ostentan el poder ahora) es un camino, no una finalidad. Y el camino es el de la libertad. Solo los pueblos educados han sido capaces de trascender a ellos mismos y a la maldición del eterno retorno de Nietzsche. Solo los pueblos educados han evolucionado por el camino que los hace mejores. Y la educación no solo es trabajo de los maestros y los profesores. La educación es una tarea social global. Y no se hace solo en aulas y sólo en espacios cerrados escuchando a quien, supuestamente, sabe más que nosotros y tiene voluntad de compartir ese conocimiento.
Cualquiera que tenga una trascendencia «pública» (por cualquiera de los múltiples caminos que la pueden proporcionar hoy en día) tiene la obligación moral de hacer que su obra eduque (de un modo u otro) a su audiencia. Y, volviendo a la fotografía, cada imagen que salga de nuestro disco duro debería contener un píldora educacional. No necesariamente explícita. Pero si eficiente. Como no es explícita la semilla de una planta. Pero dentro de ella, cuando explota en el terreno adecuado, hay flores y frutos.
Igual en nuestras imágenes. No tenemos porqué hacer propaganda. Pero si debemos forzar los límites de las modas y de la tradición como verdad absoluta. ¿O acaso estamos en esto para que nos den palmadas en la espalda en las redes sociales? Quizás muchos, tal vez la mayoría sí. Pero yo no y espero que los que estáis leyendo esto tampoco.
Yo quiero que cada una de mis fotografías nazca con la calidad incierta que le darán todas las dudas que han empujado su creación. Pero llena de esperanza. La de hacer que alguien mejore un aspecto infinitesimal de su vida. Solo eso justifica cualquier amargura creativa.
Información Bitacoras.com
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