Plano general, color. Hindus preparando los rezos a la orilla del Ganges.
Fotógrafos tramposos. Plano general, color. Hindus preparando los rezos a la orilla del Ganges.
(c) Harry Fisch

Manipulación fotográfica: fotógrafo culpable… fotógrafo tramposo. Parece un axioma que nadie discute. Porque, ¿para qué? siempre somos los que estamos detrás de la cámara los que mentimos, ¿verdad?

De hecho, prácticamente de continuo se conocen casos de fotoperiodistas que manipulan las imágenes que toman sobre el terreno. Conocidos son los casos de Klaus Bo Christensen que no tuvo ningún reparo en atreverse a presentar fotografías como estas al certamen “Danish photo of the Year”… No hay ningún elemento sustraído ni añadido a las imágenes de la catástrofe de Haití. pero es evidente que la manipulación del color (bastante burda, todo sea dicho), en este caso, distorsiona la realidad de la toma. Se pretende dotar a la fotografía de una intensidad de la que carecía de manera natural.

Una manipulación igual de torpe que la de Adnan Hajj cuando decidió que a sus imagenes de un Beirut recien bombardeado les faltaba dramatismo y les añadió humo… Algo que le costó el despido de Reuters, la agencia para la que trabajaba como freelance, y el borrado de todo su archivo en la misma al descubrirse, en el mismo, otro caso, al menos, de manipulación similar.

En los inicios de la fotografía la función de esta, una vez superada la fase de imitación, en estructura y temas, de la pintura clásica, era la de ser un testigo fiable y cierto de la realidad. Esta función, a pesar de lo que ha evolucionado la fotografía, continúa siendo la idea central del fotoperiodismo: ser fiel testigo de lo que sucede y transmisor preciso de los hechos recogidos a través de la imagen tomada.

En estos dos casos parece claro el abandono de esta idea. El interés no está en captar y transmitir fielmente lo visto y vivido. Prima la construcción de una imagen que se adapte a la idea preconcebida, sobre lo que iba a encontrarse, que tenía el fotógrafo. Lo importante no es lo que pasó, lo importante es lo que el fotógrafo querría que hubiera pasado. Culpables y ya está. Eso, al menos en fotoperiodismo, no tiene ninguna justificación ni perdón.

Tristemente se cumple, y no son pocas las veces que lo hace, el axioma de Gaston Bachelard: “Lo posible es una tentación que la realidad termina siempre por aceptar

Pero… no en todos los casos hay intención de manipulación en una imagen retocada. Harry Fisch, fotógrafo español a pesar del nombre, ganó en 2012 el premio National Geographic a la mejor imagen del año en la categoría “Places” con “Preparando los rezos en el Ganges” . Pero, poco despues, fue desprovisto del galardón al descubrirse que habia eliminado (mediante clonación) una bolsa de plastico que si estaba en el RAW original.

Esta alteración supone una modificación de la realidad que el fotógrafo tenía frente a él. Pero, ¿realmente, supone una manipulación?, ¿cambia en algo sustancial, más allá de cuestiones estéticas, lo que cuenta la imagen eliminando la bolsa?

Los propios jueces del certamen le confesaron, a posteriori, que no. Que el cambio era meramente estético. Y que si hubiera reencuadrado la imagen, para conseguir lo mismo, no le hubieran descalificado… Pero tenían las manos atadas por las reglas que ellos mismos habían escrito. Y, por motivos que no le contaron, no optaron por modificar para ajustarlas a situaciones y ejemplos reales.

En este punto quizás ya fuera pertinente debatir sobre lo que se puede considerar manipulación y lo que no. Así como las razones profundas que empujan a fotógrafos, con carreras extensas y reconocidas por sus compañeros, a arriesgarse a perderlo todo por tres minutos de Photoshop… Pero es una cuestión que, creo, merece un análisis en profundidad. Así que, si os parece, lo aplazamos hasta un próximo post.

Volviendo al último ejemplo: como decíamos, supone una alteración de la imagen, no hay discusión posible en ello. Pero si que la hay, y mucha, en hasta qué punto esta alteración se traduce en un cambio fundamental en el mensaje que la fotografía transmitía. Podríamos, quizás, argumentar, con más razones, que la eliminación del elemento original buscaba potenciar, tal vez exagerar, ese mensaje… Y probablemente este fuese un juicio más cercano a la realidad.

Cualquier fotografía, y mas en zonas desconocidas para el fotógrafo, requiere tomar decisiones, muchas, en apenas décimas de segundo. Como dice el propio Harry Fisch: “En algunas circunstancias tomar una fotografía es como decidir una jugada de ajedrez mientras te persigue un tigre”. Y esas decisiones dejan fuera de cuadro elementos de la escena que está sucediendo, frente al fotógrafo, en favor de otras. Y eso, sin duda, son elecciones que perfilan, y a menudo modifican, el contenido del mensaje. Pero esto, la composición de la imagen, no supone, casi nunca, como acabamos de ver, un problema para los jurados de los certámenes internacionales o los editores de los periódicos.

Un ejemplo cercano, de esto último, lo tenemos en la fotografía que hizo Pablo Torres Guerrero de los atentados del 11M en Madrid y que apareció en la portada de “El Pais” al día siguiente. En ella se ve, con toda crudeza, el resultado de la explosión: el tren reventado por la fuerza de la deflagración, heridos e, incluso, un miembro amputado.

Pues bien, esta fotografía fue alterada de todas las maneras posibles en las principales cabeceras del mundo.”The Guardian” y “Toronto Star” aplicaron un desaturado selectivo a las zonas en las que aparecía la sangre, especialmente sobre el resto humano. El “International Herald Tribune” viró la imagen a blanco y negro, en un intento de suavizar el impacto que esta podría tener en sus lectores. “Washington Post”, “The New York Times” y “Usa Today” decidieron, a través de sus editores, que no iba a gustar tanta crudeza y reencuadraron la imagen para hacer que el miembro amputado quedara fuera de la composición. De esta manera, sin dejar de ser impactante, parecía mucho menos dramática. Como un atentado de menor gravedad.

La revista “Time”, no se complicó la vida, quizás fue la más honrada de todas las publicaciones, y tituló, en mayúsculas: “Terror on the Tracks” sobre el resto humano. Apenas se adivina entre las letras que, además, son rojas. Un truco, seguramente, de editor viejo y bregado. Pero el premio, a la mayor manipulación, se lo llevaron “The Daily Telegraph”, “Jornal do Brasil” y “The Times”: clonaron el suelo alrededor del miembro y lo hicieron desaparecer.

Hasta donde se sabe no hubo una avalancha de despidos entre los editores de estos periódicos… Para nada. Lo más destacado fue una noticia en la que el propio “El País” denunciaba esto… pero enterrado entre un montón de casos más, de manipulación fotográfica, recogidos en un libro, que era el verdadero objeto de la noticia.

El resto del mundo entendió que esas modificaciones entraban dentro de la libertad de prensa y de las decisiones de política editorial que un periódico puede tomar. Quizás la “decisión” de “The Times”, Jornal do Brasil” y “The Daily Telegraph” sean la más complicadas de defender… pero, tampoco en este caso, que se sepa, nadie perdió el trabajo.

Entonces, visto lo visto. ¿Porque no es lo mismo borrar una bolsa de plástico en una fotografía de viaje que muestra la preparación de una ceremonia religiosa que borrar (o hacer desaparecer, o variar el color) un resto humano de una imagen de fotoperiodismo que informa del resultado de un atentado?

Los primeros casos contados aquí no merecen debate. Son obra de fotógrafos tramposos que modificaron imágenes con intención de transmitir un mensaje/información que no se ajustaba a la realidad.

Pero en el caso de la bolsa, su eliminación, como ya hemos dicho, obedecía a un criterio estético. Y la información que recibe el espectador no varía, en lo esencial entre las dos versiones, con bolsa y sin ella, de la imagen.

Y en el caso de la imagen del atentado, en el metro, del 11M todas las modificaciones persiguen transmitir una información alterada al receptor de la misma. Cualquiera de los métodos aplicados quiere ajustar lo que cuenta la fotografía a sus intereses particulares (lectores, publicistas, inversores, superiores jerárquicos, empresas madre… )… Unas intenciones muy parecidas a las de Klaus Bo Christensen y Adnan Hajj.

La prensa escrita siempre tendrá el refugio de sus libros de estilo. Redactados por ellos, supuestamente, para salvaguardar la pureza del trabajo que se va a realizar en esa cabecera… Aunque con el tiempo, algunos, han devenido en una lista de excusas que argumentar cada vez que alguien intenta acusarles de algún tipo de manipulación.

Y en los concursos internacionales de fotografía, aunque con excepciones como el “Visa pour l’image”, se da una situación delirante. Teóricos entendidos en el mundo de la fotografía dejándose doblegar por unas normas que no contemplan supuestos que no se le ocurrieron a los redactores de las mismas. Y, en vez de abrir el debate sobre la corrección o modificación de esa regla particular, cierran filas en torno a lo conocido. Se esconden en sus zonas de confort y expulsan a los que consciente, o inconscientemente, les muestran que hay matices que no se les ocurrieron.

Y mantienen la boca cerrada, o una posición tan tibia que se parece terriblemente al silencio, frente a manipulación de la obra fotografía como la de la fotografía del 11M. O algunas portadas de “El Mundo”, “La Gaceta” o “ABC”… por poner algunos ejemplos.

Y mientras tanto hay compañeros que se dejan la vida en la espera, en el camino, en ruinas acribilladas… Compañeros que han aprendido a correr frente a un tigre mientras esquivan los jaques del tablero de ajedrez que sostienen con la mano que no sujeta la cámara… Compañeros que deben de hacer malabares para no molestar a unos jurados que no están para juzgar la calidad de un trabajo fotográfico… Si no para determinar hasta qué punto se ajusta una fotografía, tomada desde barro pegajoso, con el olor metálico de la sangre en la nariz y el ahogo de la adrenalina disparada en la garganta, a una reglas escritas desde un despacho con aire acondicionado y un café de Starbucks en la mesa.

A veces no somos justos.

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