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La imposibilidad de la originalidad

¿Es posible ser original? Muñeco Click de Playmobil con chubasquero haciendo foto en playa
(c) Andrew Whyte

Todos pretendemos ser fotógrafos originales. Pero, ¿alguna vez os habéis parado a pensar lo que significa eso? ¿Alguna vez os habéis parado a pensar que ser original es, sencillamente, imposible?

Pensad en un fotógrafo o fotógrafa cuyo trabajo os haya sorprendido. Tanto que os hiciera pensar que sus creaciones son originales. ¿Ya?

Pues bien. Ahora pensad otra cosa. La cantidad de influencias que habrá recibido ese autor que tanto os había impresionado hasta llegar a la imagen que, ahora mismo, tenéis en mente. Detalles de obras y autores anteriores que, de un modo u otro, están en su creación y en la manera de llegar a ella. No parece ya tan original, ¿verdad?

¿Y esto es restarle mérito al trabajo de vuestro fotógrafo favorito? En absoluto. La calidad de su trabajo no se resiente por descubrir sus influencias. Todos las tenemos. Solo es llamar a las cosas por su nombre y organizar un poco el casillero mental de conceptos. No considerar cierto lo que es un mero deseo… Por mucho que esto sea algo, desgraciadamente, cada vez más común.

Como decía el escritor francés André Gide: “Todo lo que necesita decirse ya se ha dicho. Pero, como nadie estaba escuchando (y casi nadie entiende, me atrevería a añadir), todo tiene que decirse de nuevo.” Un razonamiento con el que me resulta difícil no estar de acuerdo y que enlaza directamente con el otro grave problema de la fotografía, que ya he mencionado en otros posts anteriores, como es el “adanismo” extremo de todos los “jóvenes valores de la fotografía”… Me ahorraré los nombres y su discurso porque es un tema ciertamente irritante. Aunque, quizás debería tener un post propio…

Volvamos al tema. Cualquier aspirante a fotógrafo busca en la casilla de salida la originalidad absoluta. Ser el primero en hacer algo. Y no es un mal deseo. De hecho es un deseo que debería de acompañarle hasta el final de su carrera. Pero no es realista. Salvador Dalí decía  que “Aquellos que no quieren imitar nada, no producen nada”. Y es que no hay otra manera de empezar que mirando en la dirección de los artistas que consiguen de ti, como decía Roland Barthes, en «La cámara lúcida» un “punctum” cuando contemplas su obra.

Pero aquí, que parece un paso tan evidente y lógico, es cuando empiezan la mayoría de los errores. Hay que saber que copiar. No se trata de imitar, sin más, la obra de los fotógrafos que son referentes para ti. El objetivo es el pensamiento que hay tras la creación. Los impulsos emocionales y estéticos que han llevado al creador hasta el resultado final. Lo otro es una copia burda, una reproducción, sin entender nada de lo que lleva detrás y dentro. Una fotocopia desvaída. Una imitación vulgar.

No se trata de ser como la gente a la que admiras… Tampoco de mirar como miran ellos. Se trata de saber mirar como miran. Eso es lo que hay que copiar. Y por eso lo más difícil no es hacerlo igual… Es saber qué (y cómo) hay que copiar.

Y aquí, en este proceso de copia se producirá el fallo. Somos aprendices, es imposible que no suceda. Erraremos. Entre otros muchos motivos porque salvo excepciones muy puntuales, no es posible la copia exacta. Y en ese error, en esa imposibilidad empieza a fraguarse nuestra “inviable” originalidad.

Probablemente sea paralizante la sensación de ver cómo tus creaciones tienen un origen tan claro. Incluso puede que sientas que lo que haces es un fraude… Ni eres el primero ni seras el ultimo. Y, además, tiene un nombre: “El síndrome del impostor“. Y es lo que les pasa a las personas que no son capaces de interiorizar los méritos de su trabajo. Nunca creen que los tengan y viven angustiados por el miedo a ser descubiertos como unos farsantes. ¿A que te sientes identificado?

En este punto será bueno ir a lo que casi nunca falla: “los clásicos”. Goethe decía (o al menos se le atribuye esta frase): “Estamos formados y conformados por aquello que amamos.” Y no le faltaba razón. Es imposible hacer las cosas no basándonos en lo que previamente nos ha gustado. En cualquier sentido y a cualquier nivel. Lo que hemos leído, escuchado, comido, sentido…

Todo eso está en lo que creamos, porque ha construido la manera en la que vemos el mundo. Igual que los artistas que nos han gustado despiertan el deseo de crear algo similar. Aunque en realidad, detengámonos un momento aquí, lo que deberíamos desear no es ser capaces de conseguir la misma foto (aunque eso es lo que hacen los fotógrafos “adanes”), no. Lo que tendríamos que desear es que alguien sienta, frente a nuestra imagen, lo mismo que nosotros frente a la del artista que admiramos… debemos aspirar a la misma reacción. No a la misma plasmación.

En el primer caso habremos sido creativos, en el segundo unos grises copistas.

Y por eso, como decía antes, no se trata de copiar la obra. Se debe “copiar” la manera de mirar. Y aquí vuelve a ser necesario otro aparte. La manera de mirar es una cosa y la manera de transmitir es otra. Copiar la manera en la que transmite su creación un artista vuelve a situarnos en un terreno gris. Porque la transmisión va ligada a la forma en la que la obra se plasma. Y si no generamos una propia le estamos dando a lo que hemos creado un canal de comunicación incorrecto e inapropiado.

Y por esto es importante abrazar lo que nos influye, sin miedo. Sin temor a “perder una personalidad que, si somos primerizos, probablemente ni tengamos. Si solo nos dejamos influir por uno o dos personalidades será mucho más complicado. La base para construir será mucho más estrecha. Y lo que necesitamos es justo lo contrario: una base amplia, llena de referentes, detalle y matices que nos permita, desordenando y seleccionando, construir y transmitir de una manera propia.

No se puede negar que hay fotógrafos que son un universo en si mismos, que su “luz” es capaz de iluminar un mundo completo… Pero, tampoco nos engañemos, eso es un rara avis. Lo lógico, lo recomendable, sería abrir el “abanico” todo lo posible. De cada influencia que nos “llegue” quedará algo. De unas más y de otras menos. Pero entre todas se conformará algo distinto. Como decía al principio, no único, pero sí distinto. Y, para esto, es importante la práctica. El “hacer”, no esperar sentado a que nos venga la iluminación o la “magia”. Crear cosas, aunque sean fiascos absolutos, es la mejor manera de avanzar. Como me dijo una vez uno de los mejores profesores de fotografía que he tenido jamas: “Se aprende a hacer fotos haciendo fotos”. Simple, ¿verdad?

Una vez más los clásicos. Guillermo de Ockham ya lo planteó, en su forma primigenia en el siglo XVI, en “El principio de la parsimonia”, lo que solemos conocer como “La navaja de Ockham”: En igualdad de condiciones la explicación más sencilla suele ser la más correcta.

Pues eso: ser original es imposible, pero la práctica, la mente abierta a los estímulos ajenos, la humildad para reconocer lo que es bueno y dejarse imbuir por ello, lo sencillo, practicar más, equivocarse, seguir practicando, equivocarse mejor… No pretender ser originales, probablemente, sea la mejor manera de acercarse a serlo.

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