Plano medio, blanco y negro. Modelo de espaldas, con un texto tatuado en la espalda.
¿Hace falta saber escribir para ser fotógrafo? Plano medio, blanco y negro. Modelo de espaldas, con un texto tatuado en la espalda.
(c) Alois Glogar

Alguien que no sabe escribir con corrección no puede ser un buen fotógrafo.

Siempre podremos encontrar la excepción del genio superdotado para la composición fotográfica y la lectura de la luz. Alguien que maneje los conceptos más complejos de una manera intuitiva. Pero esto es, y será, una excepción.

Porque la fotografía, que etimológicamente proviene de las palabras griegas “photos” (luz) y “graphis” (escritura), es decir: escribir con luz, es, efectivamente, equivalente, y equiparable, en este caso, a la escritura. Y en la escritura la gramática, la ciencia que estudia los elementos de una lengua y sus combinaciones, es la puerta de entrada a la belleza interior, más allá de la formal y evidente, de los textos, si somos lectores, y las claves para la construcción más delicada y precisa, de ese mismo texto, si somos creadores.

En la fotografía, la formación teórica cumple idéntica función. Y, como en la escritura, y otras muchas artes, el dominio de la técnica te libera para saber cuando puedes superarla de una manera expansiva y no restrictiva. Es decir: para ampliar tu registro creativo con coherencia y sentido y no, sencillamente, hacer algo que solo es raro y no tiene, ni tan solo, el valor de una copia decente.

Porque no es lo mismo no saber que superar las reglas. Y eso se nota, por ejemplo en los whatsapp. No es lo mismo abreviar, saber las normas y saber cuando saltárselas, que llenar un mensaje de faltas de ortografía y gramática. Como no es lo mismo una clave baja que no saber iluminar. Las dos cosas darán como resultado una fotografía oscura. Pero en el primer caso con intención narrativa y estética. Mientras que en el segundo no se puede hablar de otra cosa que no sea un error, por pura ignorancia, en la medición de la luz. Y lo peor de esto es que a la ignorancia se le suma la pretenciosidad de creer, y proclamar, la calidad de su trabajo.

Y, ¿por qué esta relación? Porque no estoy hablando de escritura ni de fotografía, aunque, formalmente esté escribiendo sobre las dos. Estoy hablando de estructuras mentales. Las que nos permiten una selección amplificada de signos y su combinatoria más adecuada (independientemente de que sean palabras, colores, imágenes, etc…) según el momento, el interlocutor y el mensaje que se quiere transmitir. Sin olvidar que a mayor control, más amplio, y más delicado, es el registro de matices que podemos implementar en nuestro mensaje.

Esta estructura es la que nos permitirá, cuando estemos aprendiendo el lenguaje de la fotografía, y da igual que lo hagamos de forma autodidacta o reglada, aplicar lo mismo a nuestras imágenes. Y pasar de solo disparar sin más posibilidad que captar algo tal cual se ve a construir con la luz, y los reflejos de la misma, que nos rodea. De solo gritar lo que hemos oído a otros, con el único argumento de un tono más alto que el original, a elaborar un discurso propio con las esencias de lo aprendido de otros. De copiar a interpretar, reelaborar y crear.

La enseñanza no solo es acumulación de conocimientos, es construcción de estructuras mentales que nos van a permitir la gestión de lo que nos suceda, aprendizajes posteriores incluidos, de una manera más eficiente. Y si partimos con cojera nunca correremos con elegancia.

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nicolas
8 años

Me parece una reflexión muy acertada, yo no soy ni fotógrafo ni casi diría que aficionado a la fotografía, pero si que me gusta la «imagen» en general, lo mismo creo que se puede aplicar para la fotografía que para otras disciplinas como la de un diseñador o un dibujante, que al final lo que hacen es contar historias, recuerdo que me gustaba escribir y con los años he ido perdiendo esa capacidad, básicamente por el uso de «maquinitas» sean cámaras, software o cualquier cosa más compleja que un lápiz, que nos distraen y alejan de nuestra propia forma de… Leer más »

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[…] un tiempo escribí los argumentos que me llevaban a afirmar que alguien que no sabía escribir no podía ser un buen […]

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