¿Qué es lo que, verdaderamente, contiene una fotografía?… ¿Luz?… ¿Sombras?… ¿Al fotógrafo?… No. Todo esto son partes de una fotografía. Pero lo que de verdad contiene es tiempo. Y no solo el instante detenido en la imagen que capturamos. Si nuestra foto es, intencionadamente, algo más que un clic mecánico, tiene muchas posibilidades de tener un “tiempo expandido”.
Cuando empiezas a tomar fotografías. normalmente de una manera no razonada ni reflexiva, la decisión, previa al clic, suele estar entre fotografiar una cosa u otra, en el espacio. Ahora bien, si se da un paso adelante y se pretende dejar de “tomar” fotografías para empezar a “construirlas”, la decisión cambia radicalmente. Probablemente ya haya cambiado, de manera intuitiva, antes, y esto empuje y motive el paso adelante. La decisión ahora está en fotografiar en este o en ese momento… En el tiempo. En el que transcurre lo que vamos a capturar y en la sección de ese continuo que vamos a llevarnos en nuestra tarjeta de memoria.
El verdadero contenido de una fotografía, el tiempo, es, como dice John Berger, invisible. Aunque capaz de hacernos “ver” multitud de cosas. Y, si la fotografía es, de verdad, excepcional, ninguna de ellas incluida en la imagen que estemos mirando. Pero, ¿dónde está esa capacidad evocadora? ¿También en el tiempo? No exactamente, aunque sí directamente relacionado con él.
Lo que diferencia una fotografía buena de una excepcional, siguiendo con lo apuntado por Berger, es la capacidad que tenga para hacernos sentir la presencia y, sobre todo, la ausencia.
Por ejemplo en una de esas fotos de refugiados en Lesbos en las que podemos ver a un padre exhausto sosteniendo, brazos en alto, para alejarlo de las olas, a un bebé. Muchas veces no vemos a la madre, pero es imposible que la imagen no nos “empuje” a sentir esa ausencia. Como tampoco podemos esquivar la presencia de la guerra que los ha llevado hasta allí. A pesar de que, probablemente, no hay ni un solo motivo militar dentro de la imagen.
Y, un elemento que no podemos obviar, aunque no suele ser citado en los análisis fotográficos, es que esa capacidad evocadora de la imagen no depende solo de la destreza y de la mirada del fotógrafo. Se apoya, tanto o más, en el bagaje cultural del espectador. Alguien que no tuviera conocimiento del conflicto bélico que empuja a los sirios a arriesgarlo todo en el mar no puede evocar nada de lo dicho. Ni puede empatizar de verdad, si no es padre, con la angustia de uno que solo puede pensar, antes que en él, en la supervivencia de su hijo.
Igual que en una obra maestra de la pintura… dependiendo de nuestra cultura apreciaremos apenas la técnica o podremos disfrutar hasta de las intenciones contenidas en la elección de la paleta de color.
Duane Michals explicó muy bien este detalle cuando un periodista le pidió que revelara qué había querido decir en una entrevista previa, cuando aseguró que: “los fotógrafos miran las cosas pero rara vez cuestionan lo que ven”.
En su explicación afirmaba que la única verdad que conoce un fotógrafo es la que experimenta. Por lo tanto cuando vemos al padre de la imagen, en Lesbos, intentando salvar a su hijo por encima de su propia supervivencia, identificamos el dolor, la desesperación… pero desde nuestros parámetros, no podemos sentir (por mucho que se empeñen en escribir lo contrario en algunos folletos de exposiciones fotográficas) el mismo dolor. Nos es desconocido. En este sentido, como seguía explicando Michals, la fotografía solo trata de las apariencias.
Y ahí reside la importancia del salto cualitativo que supone el cambio de fotografiar “qué” a fotografiar “cuándo”… En el momento en el que el tiempo pasa a ser un factor determinante en la fotografía amplía la capacidad de reconocimiento emocional, de identificación… porque lo hacemos desde una mirada prolongada, no desde un vistazo rápido. Fugaz.
Es decir, que consigue hacernos casi “sentir”, más allá de lo natural, las emociones que se generaron en el momento exacto donde el tiempo fue seccionado. Y que sintamos el peso de lo que pasó antes y el vacío de lo que va a pasar después. No podemos saber qué aconteció en las horas previas a la toma. Ni tenemos la capacidad de ver el futuro. Pero la fotografía que tenemos frente a nosotros contiene los elementos y, sobre todo, está tomada en el momento justo, para hacernos imaginar y “casi” sentir tanto lo uno como lo otro.
Una buena fotografía, en consecuencia, nos tendría que remitir siempre a lo que no se ve. A lo que está más allá de la sección del continuo temporal que el fotógrafo seleccionó. A lo que es capaz de hacer rememorar o prever. Y en esta capacidad reside la calidad de la imagen. Si su contemplación hace que “escuchemos” la historia de los personajes (o elementos) que están dentro del cuadro e imaginemos qué futuro podría esperarles; estamos, sin duda, frente a una buena fotografía. A un trabajo excepcional.
Hace un tiempo escribí un post sobre los peligros de confundir la fotografía con el cine. Allí, entre otras cosas, hablaba sobre las diferencias de construcción entre una película y una fotografía. Pues bien, el tiempo es otra de esas diferencias. En una película este elemento está en manos de guionistas y director para ser manipulado, casi, a voluntad con el fin de crear los climas convenientes a la historia que se está contando. Esto no sucede, evidentemente, en la fotografía. Solo tenemos un instante y sin posibilidad de modificación. Cualquiera diría que es una desventaja… puede. En manos de un fotógrafo mediocre, seguramente sí. Pero no en manos de alguien con voluntad creativa.
La elección del instante a fotografiar está directamente relacionada, como ya he dicho, con la capacidad evocadora de la imagen. Esta parece no contener tiempo, pero nos empuja a través de él.
Los juegos de miradas no se limitan a contarnos estados de ánimo, también nos llevan al origen de ese estado y cómo ha evolucionado hasta el estado actual. La ropa nos cuenta, no solo, su extracto social y sus gustos. También nos lleva a su ideología, a sus relaciones personales, a su activismo o pasividad social. Incluso a los estudios y como se ha forjado su forma de pensar. Si es la imagen de una despedida las diferencias de vestuario y actitud entre los que quedan y los que se marchan nos empujará hacia el futuro. A ver quien sufre la ausencia, quien se alivia con ella, quien va a tener un mal viaje, quien se sentirá liberado con los kilómetros, quién sumará minutos bajo el peso de la nostalgia…
Si, como fotógrafos, hemos sabido elegir bien el “cuándo”, nuestra imagen tendrá esa capacidad de evocación. Y la imagen mostrada nos llevará siempre a las imágenes ausentes.
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