Fotografía y realidad. Mujer desnuda, en blanco y negro. De espaldas, sujetándose el pelo para mostrar un tatuaje en su nuca.
(c) Alois Glogar

La fotografía ha sustituido a la realidad como proveedor de conocimiento e información. Al menos para una gran cantidad de gente (demasiada) para la que no hay diferencia entre una fotografía y la realidad; y eligen la primera (plana y uniforme si no quieres adentrarte en ella) sobre la segunda (complicada y áspera aunque mires hacia otro lado).

Cuando se inició la relación entre las dos, la fotografía era una transmisora de esa información y conocimiento. Una notaria que daba fe… Pero con el tiempo, la notaria dejó de dar fe para ser la fe. La fotografía es la realidad que nos rodea. ¿Una prueba? Cuando una denuncia social consigue ser escuchada por quien, de verdad, puede cambiar los hechos, la solución viene presentada en imágenes. Fotografías de unas mejoras que, pasado un cierto tiempo, se comprueba que, casi siempre, son cosméticas, de superficie, sin profundidad en el problema. Pero las fotografías, como “promesa de una nueva realidad” apaciguan los ánimos y acallan las protestas. Muy raramente se actúa sobre lo real, se actúa sobre la imagen y eso es lo que se nos muestra. Y lo que aceptamos como cierto, como real.

Algo que, desgraciadamente, cada vez más, hacemos todos.

La fotografía, en origen, intentó imitar (incluso sustituir) a la pintura. Pero pronto (dejaremos los detalles de esta transición para un futuro post “histórico”) fue ganando peso como testigo de la realidad que captaba. Ejemplo de ello fueron los años que separaron las dos Guerras mundiales. Fue entonces cuando la fotografía se asentó como el método natural de conocer las cosas que sucedían y no podían ser vistas en directo o en primera persona. Hasta imponerse, poco a poco, claramente a las palabras. Se convirtió en el método más transparente de acceso a la verdad.

Y en el periodo posterior, los años 60, esta sustitución de la verdad por las imágenes se consolida definitivamente. Uno de los mejores (y más meritorios) ejemplos es el trabajo de James Nachtwey. En Vietnam, por ejemplo, sus fotos (y las de muchos fotógrafos más: Larry Burrows, Horst Faas, Eddie Adams, Nick Ut y tantos otros… ) mostraron a la opinión pública mundial, pero sobre todo a la americana, una realidad que no tenía nada que ver con lo que les contaba su gobierno sobre la marcha de la guerra. La gente adquirió conciencia del engaño y de que las mentiras que les estaban contando las pagaban con la sangre de sus familiares enviados, con falsedades, al frente…

Hechos como estos fueron los que le concedieron a la fotografía una pátina de infalibilidad que acabó calando socialmente. Una noticia no merecía una fiabilidad total si lo que había contado el periodista no estaba refrendado por el trabajo de un fotógrafo o nuestro relato de unas vacaciones no se libraba de la sospecha de la exageración (incluso de la mentira) si no habíamos traído fotografías de todo lo que estábamos contando.

Y con esta ascensión al olimpo de los garantes de la verdad y la fiabilidad, la fotografía se empezó a condenar a sí misma. Por una parte representaba o describía la realidad captada. Pero, al mismo tiempo, como objeto físico, impreso (estamos hablando de años pre Internet), también formaba parte de la realidad. Un aspecto de la realidad representada, un símbolo de la misma.

Como dice Susana Martínez-Conde, directora del laboratorio de Neurociencia Visual del Instituto Barrow (Phoenix, EEUU): “La única realidad con la que convivimos es una simulación creada por nuestro cerebro que a veces coincide con lo real y a veces no”. Y nuestro cerebro construye esa realidad con imágenes. Y, en la sociedad actual, las fotografías son las imágenes a las que más fácil acceso tenemos, además de estar por todas partes y ser, prácticamente imposible, dar un paso, o pasar una hora, sin ver una fotografía.

Poco a poco acabamos refiriéndonos a ella, a la fotografía, como tal, como realidad. Es decir: se partía de la fotografía, no de la realidad contenida en la fotografía. Se imponía a la realidad que la originaba, de la que venía. Se partía de ella y se prescindía del origen. La fotografía asumía el rol de la realidad y esta apenas conservaba el de referente, la mayor parte de las veces borroso, de la imagen o del hecho captado.

Ya no hace falta que un periódico mande a un reportero (y no hablemos de un fotógrafo) a un sitio, están las fotografías de archivo para hablar del tema correspondiente o las fotografías de los móviles de los testigos presenciales. Lo que los editores llaman periodismo urbano cuando quieren referirse a fotografía “low cost”… Una vez más aceptamos el uso de una imagen (periodismo urbano) como realidad cuando esta (fotografía “low cost”) es distinta.

En este caso no es una imagen fotográfica, es una imagen mental sugerida por unas palabras cuidadosamente seleccionadas que buscan fijar esa “imagen mental” en nuestra cabeza. Justo lo mismo que hacen las fotografías que sustituyen a la realidad. Las palabras, definitivamente arrolladas por las imágenes, ya no buscan definir o describir, cómo sería su función, se limitan a sugerir conceptos (muchas veces separados de lo que estas palabras significan) que solo son las piezas del puzzle “gráfico” que nuestro subconsciente debe montar.

Además, como un terrible efecto secundario de esto, aunque era de esperar, el mismo tipo de personas que manipulaban los escenarios reales para engañar a la gente, vio la oportunidad de seguir haciendo lo mismo, pero de una manera más barata y eficiente. Si el público ya ha sustituido la realidad por las fotografías (por encima de “lo que ve” en ellas)… Se podría hacer que los lectores de los periódicos, por poner un ejemplo, percibieran una versión conveniente de esta… Y no haría falta, ni siquiera, la manipulación de la imagen… Con una sencilla selección de lo que se muestra y lo que no, se consigue esa realidad conveniente a los intereses de los “seleccionadores”. Y no solo eso. También se pueden modular corrientes de opinión para que sean “amables” con tendencias políticas, gobiernos, empresas, etc…

El trabajo con la realidad pasa a ser, en consecuencia, el trabajo con las imágenes. Casi toda la creación actual se basa en creaciones previas. Sin darse cuenta (cómo iban a hacerlo… ) de que así contribuyen a hacer de ese trabajo anterior un referente que sustituye a la realidad que lo generó. Dicho de otro modo y citando a Joan Fontcuberta: “Ver el mundo a través de otras imágenes significa anteponer a nuestros ojos el filtro de la memoria y de algún modo priorizar el archivo —y no la realidad a la que alude— como espacio de experiencia”.

De la misma manera que los políticos omiten las palabras que hacen referencia a hechos que les perjudican. En un intento (no siempre infructuoso, visto lo visto) de hacer que quien les escucha olvide lo que les puede hacer daño y solo tengan en mente lo que les beneficia; las fotografías empezaron siendo notarías de la realidad, continuaron asumiendo el papel de realidad paralela, e idéntica, a la original, con una tendencia irrefrenable a quedar como única fuente de realidad. Pero acabaron siendo las máscaras de la misma.

No mienten, pero ocultan las partes que alguien (hay diferentes perfiles que encajarían aquí) no quiere que la gente tenga presente en su día a día. No hay que negar, no hay que mentir… Solo se deja de hablar de algo o se deja de mostrar (el equivalente a dejar de nombrar en el lenguaje escrito y/o verbal), como se dice en el mundo de la televisión: “Lo que no se enseña no existe”… Ese es el primer paso para caer en la niebla de la historia y desaparecer si pasa el tiempo suficiente.

Además, hay que tener en cuenta algo fundamental. Las imágenes, en tanto en cuanto sustituyen a la realidad (de donde, sin duda, proceden), se desprenden del anclaje que esta supone y quedan sujetas a la interpretación que se haga de ellas. O bien el espectador, en función de su formación cultural, filias, fobias, tendencias ideológicas, etc… o bien quien las introduce y tiene la posibilidad de sentar las bases que condicionen la interpretación de quien mira.

En consecuencia, esta dislocación (natural en primera instancia y acelerada y forzada en último término) de la alianza clásica de la imagen y la palabra (fiel, la mayor parte del tiempo,  a la realidad de la que parte) facilita, como ya se ha dicho, la generación (o modificación) de corrientes de pensamiento y estados de ánimo generales a través, sobretodo, de los medios de comunicación. La evidencia, lo que se percibe como información emanada de esa imagen, no es la genealogía de la imagen, no es su referente original en la realidad. Es lo que nosotros, libremente, o no tanto, interpretamos a partir de lo que vemos. Condicionados, lo queramos o no, por el contexto en el que se nos presenta la imagen y los resortes mentales que esa presentación haya activado en nuestro cerebro a la hora de recibir dicha información.

En resumen, hay un condicionamiento previo que prepara al espectador para que su recepción sea en los términos y manera convenientes. Y una imagen que, fracturada su conexión íntima con su referente real, es percibida (interpretada) como realidad, a pesar de lo incompleta que pueda ser la información que facilite.

Porque, como dice Eduardo Momeñe: “El encuadre fotográfico es solo el diez por ciento de lo que pasa delante del fotógrafo”. El 90 restante queda fuera y se pierde para el espectador que ve esa imagen en una exposición o en una revista. El mismo ejemplo y los mismos porcentajes podríamos aplicar a cuando, como ahora, una fotografía sustituye a la realidad…

Perder el 90% de lo que sucede a tu alrededor te sitúa en una mala posición. No solo por la falta de información…también por la falta de formación que la posesión de esa información supone. Porque esto diluye la percepción que podamos tener de nuestro entorno cercano, de la geografía global, de la historia, de las relaciones humanas… incluso del tiempo.

En este punto John Berger, en“Mirar”, nos da, como siempre, la clave de esta cuestión: “¿Que hacía las veces de la fotografía antes de la invención de la cámara fotográfica? La respuesta que uno espera es: el grabado, el dibujo, la pintura. Pero la respuesta más reveladora sería: la memoria. Lo que hacen las fotografía allí fuera, en el “espacio exterior” a nosotros, se realizaba anteriormente en la interioridad del pensamiento”.

La asunción de las imágenes como nueva realidad no es solo una frivolidad, es un error de mucho calado (implica, como hemos visto, la renuncia de la memoria, personal y colectiva) y es una nave que recupera el rumbo, muy lentamente, con mucho esfuerzo de los marineros (nosotros) y no siempre lo consigue.

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