Plano general, blanco y negro. Cabaretera de los años 60/70 en su camerino maquillándose
la forma sobre el contenido en la fotografía. Plano general, blanco y negro. Cabaretera de los años 60/70 en su camerino maquillándose
(c) Joan Fontcuberta

Ximo Berenguer fue, durante aproximadamente un año (2017), el Vivian Maier español. Un pionero del «street photography» que nunca alcanzó reconocimiento en vida y después de muerto fue olvidado. Hasta que sus negativos llegaron a las manos adecuadas. En medios especializados y en generalistas se habló de él, de su vida y de su magnífica obra fotográfica. Incluso se organizó una presentación del libro que tendría que haberse publicado si un accidente de moto no hubiera acabado con su vida en 1977.

Pero resultó que nada de todo esto era verdad. Ximo Berenguer era una invención  maravillosamente organizada y planificada por Joan Fontcuberta. Un «Fake«, como él mismo lo denominó en la presentación del libro, donde hizo público el engaño. En esta presentación/revelación, hablaba de la credulidad del público y del poder manipulador que tendrían, en comparación al que él había tenido, organismos como el Ministerio del Interior o la CIA.

Pero me gustaría hacer una reflexión añadida: la falta de criterio (y profesionalidad) de los medios, tanto especializados como generalistas, a la hora de dar según qué clase de noticias. Especialmente las de tipo cultural.

Como se suele decir en las redacciones de los periódicos: «Más vale media página en Internacional que cuatro en Cultura». Y no les falta razón. Son secciones muy poco valoradas, en general, dentro y fuera de la profesión. Y, casos como estos, demuestran que, muchas veces, con motivos. Les puede la forma sobre el fondo. Les vale algo que «parece que» y no se preocupan en averiguar si ciertamente «es que… «. No se hace el más mínimo contraste de la información. Se da por buena cualquier cosa que aparezca en la primera página de búsqueda de Google… Y, por supuesto, lo de buscar un mínimo de tres fuentes distintas para la misma información ha quedado en la fantasía de los tontos.

Hay que ser rápido, publicar online el primero, por supuesto con un buen titular «clickbait» lleno de adjetivos calificativos que orienten a tu audiencia (un poco más adelante profundizamos en esto), porque el segundo ni se lleva los clics ni los likes y el posicionamiento se va al carajo. Pero lo más grave de esto, es que con esta actitud han ayudado a generar una burbuja de vacuidad terrible en muchos aspectos de la cultura. Pero centrémonos en el tema del blog: la fotografía.

Este tipo de criterio, basado en la velocidad y el clic, ha generado una urgencia en la obtención y publicación de novedades que en su momento derivó, en primera instancia,  en la visibilización de fotógrafos con obra inmadura (algunos de ellos no han vuelto a «dar con la tecla» nunca más) o copistas de obras clásicas que los redactores y editores novatos y arrogantes (tengo que escribir ese post sobre el «adanismo» ya… ) no conocían y apoyaron como revolucionarias.

Pero la cosa no quedó ahí. Este tipo de corriente cultural premiaba a los extravagantes, a los diferentes, a los que tenían una cierta actitud, a los que te garantizaban el titular más atractivo (no lo olvidemos: los clics primero)… Daba igual que su obra tuviera discurso. De hecho, muchas veces daba igual que tuvieran obra. Lo único realmente importante es que PARECIERAN fotógrafos. Que fuesen más glamourosos (o lo que se entiende hoy por glamour) que las modelos que posaban para ellos, que tuvieran mas tatuajes que los chicos que ponían delante de sus cámaras. Que supieran tener la pose de cualquier actor con aura de malditismo reconocido: Al Pacino joven, Johnny Deep, James Deen…

Daba igual. Con encajar en el perfil de alguien que en vez de agua bebe bourbon, que no había levantado las persianas de su casa en los últimos 10 años o que, aunque estuviéramos en lo peor de una ola de calor, continuara llevando su gorro de lana… Y una cosa que podría haber quedado en una moda pasajera se enrocó. Porque si de una cosa va sobrado este país es de caraduras oportunistas y estafadores.

Este tipo de reconocimientos ha hecho que prácticamente solo tengan presencia y visibilidad fotógrafos que «parecen modernos». En detrimento de los que son, de verdad, fotógrafos, modernos (o no), con obra sólida y discurso propio. A estos últimos, cada vez es más difícil encontrarlos en estas publicaciones (aunque no imposible… sigue habiendo, aunque pocas y cada vez menos, revistas y secciones que aman la cultura y hacen un trabajo exquisito). No hay hueco para ellos, están demasiado ocupados haciendo progresar su trabajo fotográfico como para dedicar más tiempo que sus modelos, en el caso de que las usen, en arreglarse antes de salir a la calle. La boutade de Ray Loriga en sus inicios: «No puedo salir a la calle si no miro al espejo y veo a Robert de Niro» ha acabado convirtiéndose en una regla sagrada.

A estos «creadores» les basta con desarrollar un aspecto (forma) que les valida, a los ojos de los editores, como «artistas». La obra fotográfica es solo un tedioso trámite que hay que cumplimentar para ilustrar los reportajes y entrevistas que les van a hacer. Se cultiva el aspecto de un fotógrafo que vive de noche y en los bares. Pero no Anders Petersen, que tiene una pinta de perdedor que echa de espaldas. Mejor algo como Sven Marquardt. Que el primero tenga una obra sublime y el segundo apenas supere la categoría de anecdotario es lo de menos… Olvidémonos del lento fondo. Quedémonos con la urgencia de la forma. Es lo que van a comprar, es lo que vamos a vender.

Se crea así un ecosistema endogámico en el que publicaciones con pocos criterios periodísticos serios sacan a la luz a supuestos fotógrafos (y a su «obra») y del mismo sitio de donde sacan a estos se generan, casi de manera constante, nuevos «artistas» con aspecto de serlo. Se creó una demanda de manera inconsciente, que generó un oferta de manera muy consciente y la rueda empezó a girar.

Y ¿cómo reconocemos este tipo de publicaciones? Muy sencillo. La mayoría de ellas se agarran a los adjetivos calificativos, como el que se agarra a un clavo ardiendo, en sus titulares. Clickbaits de libro: «Las tiernas fotografías de…», «Las alucinantes imágenes… » «Los poderosos retratos que… » o fabrican titulares aseverativos: «Las fotografías que demuestran que… «, «XXX, el fotógrafo que cambia las reglas de… «. En el fondo son conscientes de la debilidad de su propuesta e intentan compensarla dándole al lector las emociones que tiene que sentir y la opinión que debe tener después de acceder a sus contenidos. Básicamente están llamando ignorantes a sus lectores.

Y antes de que los ofendiditos de las redes sociales acaben de afilar sus dientes de leche haré un matiz necesario. No tiene nada que ver el dar información pertinente sobre el autor, su contexto histórico social y personal en el momento de hacer la fotografía, la pertenencia a un conjunto mayor o no, notas conocidas del autor sobre la imagen… con lo que estamos hablando. Absolutamente nada.

Un ejemplo sería lo que hizo, por ejemplo, John Berger en su libro «Mirar«, donde seleccionaba algunas obras, pictóricas, que él consideraba importantes y daba todas las claves posibles para entender lo que autor podría haber querido comunicar. Pero, aunque relata con mucho detalle sus emociones y reflexiones frente a estos cuadros, nunca delimita la interpretación o sentimiento que el lector puede dar o sentir si, en algún momento, tiene la ocasión de ver estas obras. Él nos da información y libertad para usarla. Estos «titulares», y los que los redactan, nos limitan (o esa es su intención) la capacidad de elección y decisión. Pretenden llevarnos al terreno que ellos han creado, hacernos ver las cosas como ellos deciden que se deben de ver…

Es curioso que, en este caso, como en tantos otros, los verdaderamente inteligentes sean generosos y los ignorantes unos egoístas.

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